sábado, 29 de septiembre de 2007

Sábado




Esperé a que te fueras para salir de la cama
pensarás que sigo disfrutando de la siesta
de esta ratito sola y sin embargo no,
estoy teniendo pensamientos indeseables.

Apenas pongo la tostadora al fuego
pareciera una cuestión de nada
lo que hace falta
para que dos de cada seis pedacitos
de pan queden negros
negrísimos,
quizás sea el calor acumulado
de lo que suele ir al fuego
la retícula de acero puesta una vez más sobre la hornalla
lo que hace a la eficiencia de su labor
que ahora realiza a toda velocidad
como escupiendo lo que sabe hacer.

Sí, me pasé el día deseando un poco de tiempo
para mí sola
pero mi cuerpo es como la nave extraviada
de un grupo alienígena,
lo que quiero comer se quema
lo que quiero escribir se quiebra
como una rama
apenas lo tomo para balancearme
y pavonearme y puf
es sábado, se está yendo la tarde.

El poema es mío, la foto de dos obras de Fred Sapey Triomphe

viernes, 28 de septiembre de 2007

En blanco



Así estoy desde hace unos días: como el cuadro de Malevich, sólo que no soy Malevich de manera que se trata de esperar que el cambio de clima me suavice un poco y me traiga con el sol de la primavera las palabras que me faltan.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El silencio detrás de todas las cosas

Hablar del “silencio” o de la “palabra” puede ser equivalente a caer en un abismo de absolutos que terminen no diciendo nada. Sin embargo en ningún momento, la obra de Pippo Delbono, Il silenzio, cae en este sinsentido.
La obra nace de la reflexión en torno a la catástrofe: en 1968 un terremoto arrasó con la ciudad siciliana de Gibellina que quedó completamente en ruinas. Comienza con un ruido atronador que dura una eternidad aunque probablemente se trate de un minuto o dos. A partir de aquí Delbono se interna en todos los recovecos en los que se encuentra el silencio. Detrás de la súplica de amor (Dimi che mi ami! dimi che mi ami!), detrás de la violencia del sexo, detrás del clero, de la milicia, de las forma que adquiere la organización civil, de nuestras maneras de sentarnos a la mesa, de mirar al otro. Como si el silencio fuese el hilo que une nuestra materia. Una mujer sentada en una silla llora. Bobó –ése actor fetiche de Delbono- la rodea, la anima, coloca junto a ella un pequeño elefante de juguete y finalmente la peina, le arregla la hebilla que le sujetaba el pelo y le da un beso, primero en la mejilla, luego en la frente. Todo en silencio. Ese silencio recompone algo en el personaje y algo en el espectador.La obra se instala en el silencio de la comunidad devastada por la catástrofe. Pero también en el silencio que late en el interior de cada uno. Lo que pensamos, lo que sentimos, lo que después compone los gestos cotidianos que nos acercan hasta donde es posible acercarnos. Delbono en escena tiene el entusiasmo y la tristeza de un niño y le imprime al texto –que lee en castellano o que recita en italiano- algo en relación a lo primitivo, a una experiencia primera –no mediada- que le permite gritar, saltar, hacer piruetas. Las canciones que se escuchan a lo largo de la hora y media que dura el espectáculo son hermosas. El poema de Ungaretti también.



miércoles, 12 de septiembre de 2007

El idilio sigue


Teníamos hora con el pediatra a las cuatro pero nos acostamos a dormir la siesta y no hubo manera de salir de la cama. Dormir como un bebé o dormir con un bebé es más o menos lo mismo. El ritmo de la respiración pequeñita, la manito que descansa sobre la otra. Hay algo que se llama simbiosis y no es bueno. Pero es imposible no sentirse a veces él, uno cierra los ojos y se va literalmente a ese sueño primero donde se trata de dejar que el cuerpo descanse, que los músculos pierdan por un ratito la tensión de tener que sostener siempre todo el día piernas, brazos. Algo de eso me debe de haber pasado hoy porque son como la seis y todavía siento en el cuerpo la modorra de la siesta. Él hace rato que juega, desprendido de aquel momento de silenciosa placidez. De eso se debe de tratar entonces, ponerle fin rápidamente a las cosas: antes dormíamos, ahora jugamos, más tarde comemos. Y el día avanza como una flecha siempre hacia adelante. Por eso aprovecho nuestros idilio del primer año. Porque sé que no es infinito pero que mientras dure podré decir que fue más que bueno.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Sala de espera

Mientras espero que el antiguo dueño de mi departamento dé de baja fibertel para que yo pueda contratarlos, tener banda ancha y retomar el blog, un poema de Ajmátova.

¿Me perdonarás estos días de Noviembre?
Las llamas tiemblan en los canales del Neva.
Es indigente la belleza del trágico otoño.

Noviembre de 1913
Anna Ajmátova
versión de Belén Ojeda (Edit. Hiperión)

lunes, 3 de septiembre de 2007

Poseerás pocas cosas, incluso libros


Hasta hace poco mi biblioteca era uno de mis mayores orgullos. La adoraba. A partir de esta mudanza -y con esto espero dar por terminado el tema o escribir un proyecto de investigación sobre "pormenores de las mudanzas" que no creo el CONICET apruebe- eso ha cambiado: el libro es también un objeto. Mágico si se quiere, perturbador en algunos casos pero un objeto más. Junta polvo, se desarma, pesa, es engorroso para el traslado. No veo el sentido de tener libros que hace años no leo, que ya no me interesan y que, de volver a interesarme están en alguna de las tantas bibliotecas de la Ciudad, incluso en la vapuleada Biblioteca Nacional que tan cerca me queda.

Así que hoy comienza mi liberación: adios a la acumulación indiscriminada de libros. Adiós al fetiche que ocupa espacio. Quiero poder moverme más liviana. Si de todas maneras, aunque suene a cliché, los libros son materia viva que está como una presencia que no necesita de lo fìsico. Como una visita. Que llega, se disfruta y se va. Y que uno sabe donde encontrar de necesitar verla de nuevo. Se salvan, por supuesto, aquellos que queremos tener siempre cerca. Como decía en otra entrada, el de Simon Armitage. O el de Marina Tsvietaieva, o Children's Corner de Arturo Carrera, o La Dicha, de Irene Gruss, o.... Y acá termino, porque si no comienzan los listados imposibles esos que hacen que uno se sienta resignado a recorrer el camino inverso y vuelva a llevar, uno a uno los libros de la pila de regalar/donar nuevamente a la estantería.