Lo único que leí en estas vacaciones fueron un par de poemas, anoche, de Fabio Morábito. Lo digo en pasado, porque hoy empecé a trabajar. Con esto termina mi tiempo de descanso mental, de simbiosis, de compenetración. Mateo tiene cuatro meses y medio. Y mi compañera, acá en el trabajo me dijo que está retrasada, que llega 15 minutos tarde. Entonces, para amortiguar la desazón de no poder salir ya ya ya corriendo a casa -y besar a Mateo- reescribo este poema. Que no es mío, claro, es de Morábito.
Arriba en la azotea
dibujan círculos
alrededor de los tinacos,
como buscando prolongar
el vuelo que los une,
pero la inspiración se ha ido.
No volverán como vinieron.
Hay un dicho:
la parvada que te lleva
no es la misma que te trae.
Y a veces no hay parvada de regreso
y cada cual
regresa solo y como puede.
Y debe de haber pájaros
que se resisten a dejarse ir en una
y luchan por no ver ni oir
un cielo que se surca
por gusto y no por hambre
y, si las ven pasar,
se quedan a cubierto,
entre las hojas y las ramas,
sin acudir a su llamado.
Les hablan de una Troya que no han visto,
no creen en la existencia de los Cíclopes
y no han probado qué se siente
cuando de pronto se vacían los nidos,
se enciende un vuelo sin un fin preciso
y cada cual mide su ser de pájaro sin árbol,
de pájaro entre los pájaros,
un árbol de puros pájaros, sin ramas.
de Alguien de lava en La ola que regresa.
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