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domingo, 8 de agosto de 2010

Sobre literatura infantil y arte

Aquí el link a una nota que escribí sobre el tema en la última Ñ.

lunes, 21 de junio de 2010

Sobre el ejercicio de la tarducción

El sábado se publicó en Ñ una nota que escribí en relación a la encuesta a traductores del blog del Club de traductores literarios de Bs As. No se puede descargar del sitio de Ñ, pero en el blog del club, se puede leer.

sábado, 24 de mayo de 2008

¿Qué más?

viernes 23 hrs.: La cámara enfoca hasta el hartazgo el cuerpo de una vedette uruguaya. Se hace un paneo por la cola. El pecho. El conductor corta un pedacito de tela y la mujer queda en un cola less. En eso el conductor dice que, la mujer, además -¿además de qué?- canta. Hasta este momento la mujer está de pie al lado del conductor sin hacer otra cosa más que mostrarse. Está ahí, simplemente. Sin ropa, casi. Pero está ahí y el camarógrafo, los editores, el equipo del programa se encargan de que la mujer esté lo más presente posible. Ella es el cuerpo que, de pie, espera algo. El conductor le alcanza el micrófono y, entonces, ahí sí, la mujer empieza a hacer algo: canta. Y para cantar gesticula, mueve las manos, su mirada cambia, interpreta. Y lo hace bien. Entonces pasa a primer plano otra persona que no es ella: el camarógrafo. Está desorientado. No sabe qué mostrar. Porque si la mujer canta –es decir si hace algo, algo más que bailar, ejercicio que el camarógrafo está acostumbrado a seguir: mientras más cola y más tetas, mejor- el hombre que maneja la cámara, ahí, rápido, tiene que decidir. ¿Qué mostrar? ¿La mujer interpretando, es decir haciendo algo más que mostrar el cuerpo, o la mujer como si no estuviese haciendo nada más que estar, su cuerpo hecho pedazos, siliconado, expuesto a cirugías, a anestesias, embadurnado, fajado en un corpiño que no resistiría sin explotar ni el paso de baile más sutil? Continuar mostrando sólo el cuerpo sería como descalificarla, subestimarla.... pero por otro lado hay algo ridículo en el hecho de intentar hacer algo más vestida de esa manera. Y el camarógrafo lo sabe. Porque es imposible abstraerse al cuerpo, así en primer plano. Entonces va y viene, intermitente, de la cara a la cola, de la cola a las tetas, de ahí a la bikini, y de nuevo a la cara. Rápidamente empieza el tema del baile. En cuestión de segundos la mujer queda con los pezones al aire (frase que el jurado repetirá también hasta el hartazgo), continúa bailando, el conductor simula un infarto y todo sigue como si nada hubiese pasado. La mujer se va, se lleva su cuerpo, saluda a la platea, se abre el decorado y sale otra mujer, ¿el mismo cuerpo?, a ocupar su lugar.
Carolina Esses

jueves, 15 de mayo de 2008

Mi bisabuela Gracia, casamentera

Caras y Caretas de mayo
por Carolina Esses
Entre la Buenos Aires de los años treinta y la ciudad de Alepo había mil diferencias. Quizás por eso, para que no fuesen tantas, fue que al llegar de Siria, Gracia continuó ejerciendo su oficio. Recorría los barrios. Se detenía en los negocios, en las casas de familia, en las tiendas donde sabía podía estar ese codiciado soltero judío ideal para la hija del sastre, tan linda, tan bien criada. O al revés. Buscaba a la hija del profesor que aunque todavía jovencísima podría ser la compañera perfecta para el hijo mayor del dueño de la hilandería. Gracia, era Gracia Esses. Su apellido nos delata a ambas: bisabuela y bisnieta. Y la historia es de esas que abundan en las familias de la colectividad. Gracia era una shadjente. Una casamentera judía.
“Hasta una o dos generaciones atrás muchos casamientos se arreglaban –cuenta Paul Armony, de 75 años un hombre muy activo en la colectividad judía- Lo hacían los padres entre sí desde que los chicos eran muy jovencitos. Doce, trece años. Y muchas veces recurrían a los servicios de la shadjente. Ella recibía el pedido de los padres de las chicas que eran los que pagaban.” Apenas cobraban un anticipo comenzaba el desfile de candidatos. Según los estudiosos la palabra original es hebrea, shiduj, y viene de un verbo que significa “hacer enamorar” o cortejar. El origen del oficio se remonta a la Edad Media cuando las parejas se formaban gracias a la tarea de un intermediario. Con el tiempo se profesionalizó y se convirtió en un modo de ganarse la vida. Gracia, por ejemplo, tenía sus artimañas. Aunque no siempre saliera ganando. Como aquella vez que un hombre no quiso pagarle –ni hablar de casarse- cuando corroboró que la mujer que entraba al templo no se parecía en nada a la de la foto que Gracia le había mostrado. O la parejita que en lugar de respetar los tiempos y la ceremonia en el templo se escapó haciendo un “paga Dios.”
Según Armony como la mafia judía se dedicó a la trata de blancas, muchas veces se recurría a la shadjente para corroborar el buen nombre de la novia, para saber a ciencia cierta que no había sido víctima de nada turbio. Tenían un sistema de información siempre actualizado que no era más que el boca a boca. Sabían a la perfección cuántas chicas judías solteras había en la cuadra y según sus atributos –y su dote- a qué tipo de soltero podían aspirar. Así, estas eternas madres judías se encargaban, no sólo de alimentar a sus hijos sino de proteger, a través de matrimonios endogámicos, el legado cultural.
Hoy, a pesar de que los matrimonios mixtos son moneda corriente, basta con escribir shidaj en google para encontrar una larguísima lista de sitios para solos y solas de la cole. Algunos periódicos judíos también publicitan espacios donde una mujer “profesional, soltera, de 28 años y que respeta Kasher y Shabat” puede encontrarse con un hombre “profesional, de 32 años, soltero, brillante”. Sin embargo, en Villa Crespo todavía queda una shadjente tal cual era Gracia. Sara Kinderman. Amiga entrañable de Roberto Galán, Sarita tiene un código que respeta a rajatabla: “La persona que recurre a mí tiene que querer casarse, nada de vivir en pareja o pasar el rato. Si me doy cuenta de que buscan otra cosa, los despido inmediatamente”. Es que Sarita siente sobre sus hombros el peso y la responsabilidad de la tradición. “Soy una verdadera shadjente”, repite y aclara que por respeto a ella en la primera cita la pareja sólo debe conversar. Nada de contacto físico. Sarita no cobra un precio fijo. Tiene un platito sobre la mesa del comedor donde la gente le deja lo que puede. No importa si son diez, cincuenta o cien pesos. Lo verdaderamente importante es que dejen de estar solos.
Cuando me fui de lo de Sarita era viernes y ya había salido la primera estrella –signo del comienzo del día de descanso judío, el Shabat. Pero ella se encargó de aclarar que no descansa ni siquiera en Shabat. “Es cuando la gente más sola está”, dice, “ahora en un rato viene un médico que busca novia y mañana ya tengo citadas a dos personas más.” A veces la gente piensa que discrimina cuando se entera de que sólo casa a solteros de la cole. Pero ella no lo ve de ese modo: “Si todavía no casé a todos los judíos”, dice, “¿cómo me voy a ocupar de la gente de otras colectividades?”.

jueves, 24 de abril de 2008

La celebración de la palabra escrita


Por Carolina Esses
Algunos años atrás para leer era necesario hacerse de un libro. Si el lector era de esos afortunados con biblioteca en su casa, bastaba con elegir alguno del estante. Las familias de clase media ahorraban para poder comprar una enciclopedia y responder a través de sus páginas las preguntas de los más chicos. No hace tanto: la generación que hoy tiene treinta y cinco puede dar cuenta de las visitas del vendedor de enciclopedias.

Si los libros no estaban al alcance de la mano se podía recurrir a parientes o amigos. La biblioteca pública se consultaba con regularidad. El libro se buscaba, se conseguía, se prestaba. Hoy, la imagen del lector con un libro entre las manos no es la única escena posible. En los más de 2. 700. 000 hogares registrados a nivel nacional, millones de personas leen reflejadas a través de una pantalla. Y otras tantas lo hacen en locutorios, oficinas, locales y sí, también, bibliotecas.

Entre los números que maneja la industria editorial y las estadísticas de lectura pareciera haber un desfasaje: en el 2006 se publicó un 12% más de novedades que en el 2005. El número de ejemplares impresos también aumentó en más de 13 millones. Sin embargo, en el mismo año, el 43% de las personas encuestadas a nivel nacional admitió no haber leído un solo libro. Quienes no leen apelan al aburrimiento y a la falta de tiempo. Quienes sí leen, lo hacen por placer o por la necesidad de formación. Sin embargo las estadísticas no ayudan a responder otra pregunta: ¿cómo se lee hoy?

Leer y escribir son ejercicios solidarios entre sí. La pregunta por cómo leer trae inmediatamente la cuestión de la escritura. Está claro que ni el aumento en la producción editorial ni la multiplicación de textos a través de la red pueden llevar a pensar en mejores escritos. Sin embargo ahí es donde se detiene el sociólogo Christian Ferrer cuando se trata de reflexionar sobre el tema: "Las tecnologías novedosas modifican el hábito de la lectura, pero no por eso se lee 'mejor', de la misma manera que la pluma de ganso o la máquina de escribir no producían mejores escritores que las computadoras".

La docilidad del teclado de la PC y la velocidad de corrección ayudan al escritor, pero a la hora de escribir –como a la hora de leer– la batalla es entre el sujeto y el lenguaje.


El artículo completo acá.

lunes, 21 de enero de 2008

Ya está en su kiosco

Chiquito pero gastador
Por Carolina Esses

Plazas blandas, restaurantes para bebés, DVDs interactivos, sonajeros lumínicos o musicales, móviles que repiten la voz grabada de la madre, sitios web, una rutina compartimentada en clases de natación, grupitos de actividades... El recién nacido que lentamente abre sus ojos al mundo no se encuentra sólo con la mirada amorosa de mamá, papá y abuelos sino con un mercado que lo espera con los brazos abiertos, ávido por mostrarle todo su abanico de productos y servicios.
Aunque–si los padres son de esos fanáticos que enarbolan la bandera de la estimulación temprana- quizás la experiencia del pequeño haya comenzado antes, en el sexto mes de embarazo, cuando el desarrollo de la capacidad auditiva permite que se le compre alguno de los kits prenatales. Se trata de un cinturón ajustable a la panza de la madre, en cuyos bolsillos se colocan dos parlantes para que el bebé reciba en todo lugar los acordes de Mozart o de otras músicas favorables para su desarrollo intelectual y creativo. Pero no sólo esto. El kit completo trae un micrófono para que mamá y papá puedan comunicarse con el pequeño en formación. Los nombres de los portales de internet que los comercializan hablan por sí solos: prenatalsmart.com, babyplus.com. Cuestan entre 180 y 700 dólares y prometen bebés con un plus de inteligencia.
Es que el auge de productos para bebés viene de la mano de una palabra: estimulación. “Porque un bebé estimulado, es un bebé feliz”, reza la literatura sobre el tema. Pero cuando el concepto comenzó a circular a principios del siglo XX tenía que ver con el contacto corporal de madre e hijo. Con la voz, con las caricias, con el amamantamiento. No con el consumo. Hoy la palabra “estimulación” aparece en el envase de cuanto objeto tenga la aspiración de venderse. Así, el pequeño se sumerge en las mil y una actividades que le propone lo que antes era una manta sobre la que se esparcían los chiches y ahora es una manta didáctica o un gimnasio -palabra extraña asociada a la rutina de un bebé de tres meses. Panza arriba, el pequeño en el gimnasio no se aburrirá jamás: luces, sonidos, objetos texturados por donde se mire. Según los especialistas en psicología infantil, detrás del consumo de estos productos lo que está en juego es el deseo de los padres de tener hijos extraordinarios. Pero la sobre exposición de los bebés a una variedad excesiva de estímulos tiene sus bemoles. Puede generar niños ansiosos, que pierden fácilmente el interés por juegos y actividades.
Es cierto que los padres –ese plural deseoso por darle a sus hijos lo mejor- siempre ha sido presa fácil del mercado. Sobre todo los primerizos: segmento privilegiado en el consumo de productos para la franja que va de 0 a 3 años. Lo que cambió notablemente es el perfil de estas parejas de clase media que ahora superan la barrera de los treinta o treinta y cinco, que tienen uno o dos hijos, que trabajan y cuyo poder adquisitivo es más alto que el de aquellos jovencísimos de veinte que apenas podían con los gastos de la hipoteca cuando daban a luz al primero de cuatro hijos.
Hay quienes sostienen que la infancia tal y como la conocemos ya no existe o está en vías de extinción. “El consumo generalizado -decían Ignacio Lewcowicz y Cristina Correa en su libro ¿Se acabó la infancia? publicado por Lumen- produce un tipo de subjetividad que hace difícil el establecimiento de la diferencia simbólica entre adultos y niños. La infancia como etapa de latencia forjó la imagen de niño como hombre o mujer del mañana. Pero como consumidor, el niño es sujeto en actualidad; no en función de un futuro.” Para la lógica del marketing poco importa si somos bebés, niños, adolescentes o adultos; somos consumidores o no somos nada. Quizás el padre primerizo se desaliente al ver que su retoño deja de lado los sofisticados sonajeros y se inclina por envases vacíos o simples cubos apilados ¡Ánimo! Con tiempo y paciencia el niño comprenderá la importancia de tener el chiche último modelo. Televisión, publicidad, vidrieras y compañeritos de jardín mediante. Y nosotros, claro.

viernes, 19 de octubre de 2007

¡Quiero ser María Moreno!

...entonces incursiono en el periodismo. Este es el comienzo de un artículo mío que salió en el último número de Caras y Caretas, vayan corriendo al kiosco: se agota

Si Gutemberg viviera

Eran esos libros pesados como ladrillos que nos obligaban a caminar encorvados en el camino a la escuela. Tenían entre seiscientas y setecientas páginas y parecían abarcarlo todo: matemática, historia, geografía, el hombre. El conocimiento era entonces, y hasta no hace tanto, un bloque bajo cuyo peso caíamos exhaustos al llegar a casa. Hoy que el saber ha dejado de alojarse en la taxativa definición de un libro, que las fuentes de información se han multiplicado casi hasta el infinito ¿qué ha quedado de los manuales?Si bien todavía se siguen editando libros de texto que abarquen, como antaño las cuatro áreas (Ciencias Naturales, Sociales, Lengua y Matemática) el 80% del mercado escolar se lo llevan los llamados “libros de área,” publicaciones de mucho menor volumen y mayor rotación que más que regirse por aquel proyecto educativo del Estado-Nación que propiciaba escuelas grandes como iglesias parecen responder a las feroces leyes del mercado...