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lunes, 8 de septiembre de 2008

Colonia - work in progress II

La idea era vivir la experiencia. Después de todo se trataba de ver, oír, conversar, estar, como el resto de los pasajeros del barco, en Colonia. Sin embargo la novela fue mi ruina. Empecé a leerla antes de subirme al buque sentada en las pequeñas mesitas redondas con pie de acero, debajo de las lámparas de resina, en la sala de espera. Deseé ese mármol para la mesada de la cocina de mi casa como un artista puede desear cierta forma de la celebridad, o un empresario, el éxito. Esa debe de haber sido la última vez que tuve algún pensamiento propio. Una mesada de mármol blanco para la cocina, cueste lo que cueste. Es decir, mi pensamiento más banal, ese que únicamente hubiese verbalizado en una charla entre amigas muy íntimas, fue también mi pensamiento más auténtico, el más mío. El resto del viaje pasaría indefectiblemente por el tamiz de un verborrágico narrador. ¿Por qué me pasaba eso? No era justo que el único día completo que podía pasar en soledad –me reunía con mi marido al final del día en Colonia- tuviese que transcurrir en diálogo con una voz anónima, extraña.

viernes, 29 de agosto de 2008

Colonia, work in progress

Una quisiera estar sola frente al agua y el cielo. Que la vista no tenga que sortear cuerpos y rostros ávidos por ver el puerto de Colonia, la ciudad vieja. Si sólo se ve niebla; y río y cielo son, en este mediodía, lo mismo.
Ir al ras del agua es lo que permite que el viaje dure tan solo una hora. Los chicos gritan ¡ya llegamos! pero todavía no, falta un poco más de blanco y gris amarronado que es lo único que se ve desde las ventanas. Y aún así una quisiera estar sola frente al agua y el cielo. Comprendo que estoy sentada del lado correcto del barco, que hoy, es el equivocado. Estoy del lado de Colonia. La gente se pone de pie y camina entre las filas de asientos para poder ver el momento de la llegada. Quedo encerrada entre varias personas y no estoy ni por asomo sola, como quisiera.
Estamos llegando. Ya no se puede, entonces, leer la novela, hay que aprontarse como dicen los uruguayos, hay que prepararse para el desembarco. La situación pide una cuota de ansiedad, que aunque todavía falta –estamos llegando- una se levante, bolso en mano y se dirija a la puerta. O permanezca como indica la voz del alto parlante, en su asiento, expectante. En todo caso lo que el momento pide es cerrar el libro, guardarlo y disponerse a vivir la experiencia de la llegada. Porque todavía no llegamos pero es como si ya lo hubiésemos hecho. Aunque los movimientos del barco, ahora, sean más complejos que aquel primer deslizarse –esa velocidad crucero- al ras del agua, aunque ahora sí, el comandante deba demostrar algún tipo de destreza o habilidad porque no cualquiera sería capaz de ubicar al barco en la posición justa; para todos, el viaje ya ha terminado. Por un instante una quisiera no haber sacado pasaje en el buque rápido. Eso que, los días anteriores a la travesía nos parecía maravilloso –el barco tarda solo una hora- hoy nos parece una picardía, casi una barbaridad, un despropósito. No hemos apoyado los pies en tierra firme y ya sentimos nostalgia del viaje, simple melancolía por lo que termina apenas empezaba.