viernes, 13 de julio de 2012
lunes, 25 de julio de 2011
domingo, 24 de julio de 2011
Domingo: I'm back
sábado, 11 de diciembre de 2010
Empecé
sábado, 9 de octubre de 2010
Súbito "este es el fin"
jueves, 2 de septiembre de 2010
La olla que hace puf puf
martes, 24 de agosto de 2010
La moneda de cinco centavos
domingo, 25 de julio de 2010
Gogol, Buzz Lightyear y las vacaciones
martes, 13 de julio de 2010
Oración en esta noche fría
Y lo haré aunque esté cansada, aunque todo, durante el día conspire para que ese momento no exista; prometo, juro que voy a leer un poema al menos todas las noches, comenzando por esta en la que iré al estante a buscar un libro cualquiera -estoy cansada de verdad- pero iré de todos modos y elegiré cualquiera, al azar. Y así, me reconociliaré con la vida diaria, el trabajo, la apatía, el desdén, el aburrimiento, el ahogo, etc., etc., etc. Luego, con el impulso que me dará ese momento de paz y energía del poema en la noche cerraré uno a uno mis pendientes más materiales: la cuenta del Banco que ya no uso y sólo me genera gastos, pagaré la cuenta del teléfono o al menos abriré el sobre para ver de cuánto es la factura y cuándo vence, pediré turno en el dentista, vacunaré a Mateo -esto quizás antes de todo el resto- y pondré en la cocina una especie de pizarrón donde iré anotando semana a semana el menú familiar. Y mi vida se pondrá en movimiento y dejará de una vez y para siempre de estar sometida a la inercia de la no-escritura. Amén.
viernes, 18 de junio de 2010
Dejen al niño en paz
Sus tiempos de jardín se terminan -parece increíble que con sólo 3 años y medio haya algo que se termine para él- y me dicen que, si no lo inscribo en alguna institución ahora, en preescolar será demasiado tarde. Leyes del mercado en las que se vive.
Entonces vamos, S y yo de aquí para allá tratando de que algo nos convenza. Como soy un tanto bocona, termino contándole a todo el mundo mis inquietudes y claro, después hay que bancarse a todo el mundo opinando.Algo que me tiene un poco cansada: el discurso de conocidos y amigos que dicen: "yo mandaría a mi hijo a la escuela pública pero...." Y pagan cuotas carísimas y no consideran de verdad la educación pública, pero se ve, les gusta decirlo. Pero tratemos de pensar por lo positivo y no por lanegación.
En cada reunión los directivos de cada colegio intentan convencernos de que su "proyecto" es el mejor. Y cómo. La última, y la más simpática, fue la de ayer. Un colegio súper progre de sistema italiano, carísimo -no sé ni cómo lo hubiéramos pagado. Las instalaciones eran dignas de Disneylandia. Pero una Disneylandia intelectual: la sala de 4 tenía en las paredes dos cartulinas -entre muchas otras cosas- con citas de La poética del espacio, de Bachelard. Era increíble, uno diría: ¿es necesario?, ¿qué aporta, por dios? En lugar de un horario donde dijera: lunes, plástica/ martes, música, etc., el pizarrón lo ejemplioficaba con fotos de los niños "en acto". Cada banco, cada mesa, cada espacio libre estaba ocupado por producciones de los niños/as (vamos: usemos un poco el genérico,no pasa nado si decimos niños, emtiendo que consideran por igual a las niñas), era como una gran obra plástica, "aquí documentamos todo lo que dicen los niños y niñas y luego las maestras diseñan actividades específicas para lo que cada uno quiere, porque convengamos que no todos los niños/as tienen ganas de hacer lo mismo", "los niños/as son escuchados en su especificidad, porque los maestros aquí -y esta es nuestra gran diferencia- vienen a aprender de los niños/as", en fin, el niño/a era observado, mirado, estimulado; "aquí los niños/as construyeron un tobogán para bajar de la sala al patio", "este es el laboratorio de los de jardín; éste el atelier".
Y yo pensaba: pero, ¿no se trata sólo de un niño? ¿no está bueno, quizás, dejar un poco en paz, al niño? que se aburra si lo que la maestra dice no le interesa, pero que no corran a idearle otra actividad,porque quizás esa fila de hormigas que mira caminar por las grietas del cemento en el recreo, es para él simplemente una fila de hormigas, no un proyecto de investigación. Que no estén atentos a todo lo que dice o hace, porque nunca todo -ni siquiera en la infancia- es digno de ser documentado. Porque la infancia -y de esto sí estoy convencida- esta plagada de momentos de intimidad, de secretos. A medida que juego con mis hijos, que los miro crecer me doy cuenta de esto, ellos quieren estar solos, tienen un mundo privado, privadísimo, que es sólo de ellos y está bien que sea así. En fin. No sé a qué colegio mandaré a mis hijos. Hay quien me aseguró que la educación es siempre un fracaso, que, en definitiva no importa si uno elige el "mejor" colegio o el "más o menos". La verdad, me sacó un peso de encima.
martes, 25 de mayo de 2010
Algunas reflexiones sobre los festejos de mayo
miércoles, 21 de abril de 2010
Gracias!

Desde chica tiendo a la nostalgia. No estaba todavía terminando el cumpleaños cuando ya me ponía mal por todo el esfuerzo que habían implicado los preparativos y lo breve del festejo. Me acuerdo de mi mamá guardando las copas "buenas" en el armario y yo pensando: ya está, terminó. Nada de esto me pasó ayer. Todo fue celebrar. Un festejo que me pertenece a medias: es del libro. Lo escribí hace cuatro años, casi tres esperé a que la editorial lo sacara y ahora, después de lo de ayer, ya no es mío. Eso es lo bueno. Quizás empiece de a poco a abandonar esa nostalgia que, como el libro, probablemente me pertenezca solo a medias también. (Es evidente que estoy cayendo en la confesión de la blogosfera... pero ¿no dicen acaso que todo pasa por otros lados, ahora? Facebook, twitter. El blog está demodé, por eso toda esta confesión probablemente se pierda en esta pantalla para siempre)
Así que salud, por este libro y por los que vendrán.
miércoles, 31 de marzo de 2010
Bliss

lunes, 1 de febrero de 2010
La patita radioactiva o la ilusión del realismo
miércoles, 9 de diciembre de 2009
La mejor manera de pasar el tiempo 1
viernes, 20 de noviembre de 2009
La niñez sobre el escenario
Aclaro que yo estaba emocionada desde antes de que los chicos del primer número salieran a escena. Es decir: suelo emocionarme fácil con este tipo de situaciones. No es que las paso siempre por el tamiz de la crítica. Así que cuando vi a los chicos disfrazados sobre el escenario, no pude dejar de llorar. Pero, me doy cuenta hoy, un día después, no era tanta la emoción sino la empatía con esos chicos tan, tan chicos que se paraban sobre el escenario para que nosotros los fotografiáramos, los filmáramos, lo miráramos. La niña disfrazada de bailarina me resultaba tierna pero al mismo tiempo me daba un poco de pena. ¿qué nos mostraba? ¿para quién se había subido al escenario? ¿y el chiquito que bailó toda la canción tapándose los ojos con las manos? Había algo de la niñez puesta en escena ahí, para nosotros los grandes que no era gracioso, ni simpático; más bien mostraba cierto estado de las cosas. Poner a los niños sobre le escenario para que nosotros viéramos ¿qué? Bueno sí, me gustó ver a mi hijo disfrazado y bailando; pero quizás me hubiese gustado verlo en medio de una fiesta, una kermese, no sé un espacio que no estuviera dividido por un escenario. Los niños en el teatro parecían estar actuando-bailando para nosotros: sus padres. De hecho lo hacían. Y yo no quisiera que mi hijo de tres años hiciera nada por mí. El concert era para los padres. Pienso en el niño que se quedó llorando sobre el escenario, como si lo que él tenía para mostrarles a sus padres fuera eso: su llanto, su descontento. Porque no se bajaba. Pero tampoco dejaba de llorar. Sentí, también, que era testigo del mundo privado de estos niños. De su manera de decir esto me gusta o esto no me gusta. De su timidez, de cierta desnudez de sus emociones. ¿Por qué habría yo de ser espectadora de su mundo?
lunes, 9 de noviembre de 2009
I miss House
La maternidad suele tener mala prensa, aburre, genera comentarios luego de este estilo: "escribe sobre sus hijos desde que es madre", o "por suerte no escribe sobre sus hijos desde que es madre". Aunque recuerdo un libro de Laura Wittner sobre sus paseos en la plaza con un niño, que son preciosos. También de Silvio Mattoni, aunque el es hombre y la paternidad suele pensarse menos melosa. Así que regresemos al hermoso House. Pensé varias cosas sobre la serie durante los meses en los que vi tantos capítulos atrasados. Por ejemplo: que parte de su encanto radica en la explicación "orgánica" que siempre está ahí, escondida en algún recoveco del cuerpo del paciente y que House encuentra -casi- siempre al final del episodio. Eso es tranquilizador. Es decir, que exista una respuesta siempre tranquiliza. Sobre todo para los que descreemos de la medicina. Sin embargo para el mismo House la vía para llegar al cuerpo es el comportamiento del paciente: lo que esconde, cómo se relaciona con el otro, etc. Se escribió tanto sobre el tema que mi comentario probablemente repita algo dicho en algún lado, pero tenía que escribir algo sobre el tema aunque más no sea por refrescar un poco este blog casi caído en desuso.
Una buena para compartir con quien sea que visite este blog -hace tiempo que algo pasó con el contador de visitas y no tengo idea si alguien entra o no, para colmo parece que la onda ahora es Twitter y que el blog es algo así como un canal oficial de pocos adeptos entre los siempre jóvenes poetas-: mi libro, Temporada de invierno, está en imprenta. Algo muy, muy esperado por mí.
viernes, 22 de mayo de 2009
Rachas de e mails sin respuesta
Creo en las rachas. Se te rompe un electrodoméstico –digamos la tostadora- y rápidamente se comienzan a descomponer todos los demás. Puede empezar con una chispa, un pequeño cortocircuito, no importa. Lo cierto es que uno debería sentarse pacientemente en un sofá con un whisky entre las manos y hacer de voyeur. Sin embargo, nos empecinamos en interferir entre los objetos y su súbito enojo, rezando en voz baja para que la computadora no decida plegarse a la conspiración.
Están las rachas del agua –su falta o su sobreabundancia-, las rachas del trabajo –te ofrecen tres cosas al mismo tiempo o no te ofrecen nada durante meses-, las rachas del fuego –en el término de una semana, hace unos años se me prendieron fuego dos sartenes ¿?-, de los medios de transporte – ningún colectivo se detiene cuando le hacés señas, parecés invisible para los taxis- etc, etc. Pero hay otra, que es la que hoy cual gripe porcina me ataca mucho más silenciosa y dificil de erradicar. Es la de los e mails que no se responden, que parecen no llegarle nunca a su destinatario y cuyas preguntas se pierden en un extraño y negro vacío. También está la variante: el e mail sí se responde, pero no las preguntas -o la pregunta- que estaba contenida en él. S me dice que esa es, justamente, la razón de ser del correo electrónico, permitirnos "mirar para otro lado" por decirlo de una forma elegante, cuando no se quiere responder tal o cual cosa. Algo diferente, dice, es el teléfono. "Si querés saber, llamá", me dice conmovido por mi congoja. "Hay que insistir", agrega, "los mails no sirven cuando uno busca una respuesta". Miro el teléfono. Sé que la mejor manera de hacerse lugar en un mundo tan atiborrado de gente es empujar un poco, al menos un poco. Y casi estoy por marcar el número en cuestión, por sacarme la duda, cuando pienso: si no me responde es porque no quiere responder. Es decir: porque elije no hacerlo, entonces eso, en sí mismo, ya es una respuesta. Y no llamo. Vuelvo, sin embargo a la compu. Presiono "refresh" una y otra vez. El mail esperado -siempre o casi siempre en relación al trabajo o algo así de vital importancia- no llega. Entonces me siento a esperar que termine la racha. Me concentro en lo que ya tengo pautado, hago ojos ciegos, oídos sordos. O pongo plazos que luego se van alargando y alargando -"si no responden el lunes, llamo" proposición que no tarda en dar lugar a "mejor le doy un par de días más". Como si no supiera que la esencia del correo electrónico es la respuesta inmediata. Mail que no se responde en el corto plazo caduca. Muere sin respuesta. Cae por su propio peso.
Por suerte empieza el fin de semana. Tenemos cumpleaños varios, un guiso de lentejas el lunes. Todo como para desconectarse de la mala racha de e mails y no-respuestas. Todo como para darle un poco "más de tiempo" a quien será el encargado o la encargada de romperla. Porque hace falta que uno solo de los dos o tres que tendrían que haber respondido hace tiempo den señales de vida -señales justas y acordes- para que el curso de la comunicación vuelva a la normalidad. O que uno, súbitamente fortalecido, haga uno a uno los llamados del caso. Que así sea.
viernes, 17 de abril de 2009
Lecturas y desvaríos del colectivo 92
De cualquier manera, lo que quiero contar es otra cosa. Salgo de casa a la una hoy para ir rumbo al trabajo. Desde que Macri decició hacer doble mano Pueyrredón el 92 tarda una eternidad en llegar, pareciera que viene de una dimensión desconocida, allá lejos donde los ojos clavados en el punto por donde debería aparecer el vehículo, no llegan a ver. Media hora entonces de la mente semi en blanco. No soy como aquellos que saben utilizar el tiempo al máximo y hubiesen hecho de esos 30 minutos un espacio temporal provechoso. En mi la espera adquiere toda su dimensión de espera. No puedo hacer otra cosa más que esperar. En este caso: incómoda, intentando que el resto de la gente se diera cuenta de mi embarazo (ya estoy de 4 meses) y, cuando llegara el colectivo repleto, me dejaran sentar, pudiera, yo, abrir el libro de Reches y seguir, ya no en mí letargo, sino en el letargo del Ruso, el personaje principal de la novela.
Llega el colectivo, nos subimos. No me animo a pedir el asiento hasta que alguien se levanta y ahí sí me avalanzo y abro el libro. Todo se demora, gira sin rumbo, la elección de las palabras de Reches demuestra un diccionario personal envidiable, las imágenes, el tono, pero siempre alrededor del eje de lo que no se completa, lo que se dilata, lo que se pierde. En eso el 92 encuentra una calle cerrada. Otra. Otra más. Los choferes se comunican de ventanilla a ventanilla. Las mujeres se exasperan, preguntan. El chofer no sabe qué responder. Regresa. Va para atrás. Vuelve a tomar Las Heras casi a la altura de Pueyrredón. Estoy nuevamente en la esquina de mi casa. Yo sigo leyendo, el Ruso está perdido como a veces me pierdo yo. “Ahora después” suele decirme S. Que dejo todo para más tarde. Y el colectivo se pierde, pasa por la avenida a la altura de Coronel Diaz, nadie sabe si finalmente iremos a recuperar el rumbo. Pero no hay nada que hacer, sólo esperar a ver qué pasa, como en la novela, con la certeza de que nada va a pasar; eventualmente el 92 recuperará el camino pero es estimulante pensar que por una vez el desvarío va a ser en serio, que vamos a girar y girar por las calles de Palermo a merced del capricho de un enloquecido por la obra pública en áreas ricas, un bienhechor –“están haciendo las cosas bien”, dirá la mujer a mi derecha- preocupado por el bacheo de la calle Castex, la calle San Martín de Tours y el chofer desquiciado sin saber qué calle tomar y ya casi estamos en Pacífico y no hay nada que hacer nos vamos cada vez más lejos, nadie se baja y yo termino el libro justo cuando, por esas cosas del azar, el colectivo llega a Estado de Israel y me bajo en la puerta del kiosco en el que todos los días compro algo para tomar, algo para comer, antes de entrar al trabajo.