Ayer, esperé a que todo el mundo infantil que me rodea llegara a buen puerto, llené la bañera de agua caliente y me metí en el agua con un libro de Claire Keegan. Me habían recomendado, especialmente, el primer cuento. Algo en relación a mi vida doméstica, creí entender cuando me dijeron que tenía que leerlo. Así que comencé por Antartida, aunque el género cuento no es de mis preferidos. Empecé a leerlo recordando a la propia Keagan recorriendo Villa Ocampo en una reunión hace casi dos años. Me pareció interesante. Oscura, rara. Irlandesa. Interesante. El cuento es genial. Buenísimo. La traducción también. Pero el final me resultó casi diría intolerable. Intolerable en todo el sentido del término. ¿Por qué hace la autora que le suceda eso a su protagonista? ¿Por qué termina presa de un esperable castigo -consecuencia de la culpa cristiana, de los arcaicos preceptos de la infancia? Como el cuento es buenísimo y mi lectura, por lo menos, pobre me quedo pensando: ¿qué tipo de lectora soy? ¿cómo puede ser que desde hace un tiempo haya tramas que no tolere, simplemente, por juzgarlas crueles? ¿Por qué esa empatía con ciertos personajes -¿habrá sido eso lo que intuyó quien me hizo leer el cuento?- que hace que los sienta tan vivos, tan propios que, luego deshacerme de ellos para mirar en perspectiva me resulte posible pero doloroso? En fin. Soy la mala lectora.
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