martes, 18 de enero de 2011

Una tortuga de mar que vimos descansar al sol una mañana, sobre la arena

Fue así: apenas llegábamos con la sombrilla, la silla, la lona, cuando vimos un grupo de cinco o seis hombres, mujeres –de esas, esos que caminan a ritmo parejo todas las mañanas hundiéndose un poco en la arena, conversando, gesticulando- en círculo alrededor de algo que no sabíamos exactamente qué era. S fue a “tocar el mar” con Lucio y Mateo –“tocar el mar”, “saltar las olas”, repertorio verbal de los que convivimos con niños en vacaciones- y yo me apuré a ver qué pasaba en el centro de ese círculo de gente con los trajes de baño chorreando agua salada y la mirada puesta en un animal –no podía ser otra cosa- que desde donde yo estaba, no podía ver. Y cuándo llegué…. Una tortuga de mar con su caparazón más ovalado que redondo, verde amarronado. Y las hipótesis: “estaba cansada, dicen que se acuestan así en la playa y luego vuelven al mar”, las preguntas: “¿estará enferma?”, “¿qué le pasa, mamá?” y todo eso con lo que uno imagina un poema mientras la tortuga inmensa en su placidez mueve apenas la cabeza como diciendo, estoy aquí y un niño llega con un balde de agua y la moja y todos nos miramos, y yo salgo a buscar a mi hijo mayor y le digo mirá, Lucio, una tortuga de mar.
Y me quedo pensando, después de escribir esto, lo primero que escribo en muchos días –¡qué felicidad!- sentada en un bar a una cuadra de mi casa en pleno barrio norte, ahora, pienso que esto es lo que traje de las vacaciones una primera frase, un poema, quizás, algo así como “nosotros éramos los que mirábamos la tortuga de mar….” Sigo pensando, en una asociación de ideas quizás excesiva –perdón, estoy demasiado feliz por poder sentarme un ratito a volcar estos pensamientos, permítanme esta reflexión en diagonal- en una antipática columna que leí de Andrés Neuman en Ñ, hace unos días, donde hablaba de Henry James y de sus rodeos a la hora de escribir, pensaba yo, en relación también a un ensayo que leí de Sergio Chejfec sobre Gianuzzi (Sobre Gianuzzi, Bajo la luna, 2010)–un ensayo increíble, conmovedor, genial construido en gran medida como un larguísimo rodeo- que de eso se trata escribir. Dar una larguísima vuelta sobre el lenguaje, decir, decir, decir pero hacerlo echados o enredados en nuestros propios pensamientos como esa tortuga de mar, como Chejfec, como James, y qué importa si para alguno se trata de una experiencia masturbatoria en relación al lenguaje, qué importa.
De verdad recomiendo el libro de Chejfec, es buenísimo. Lo leí tirada al sol, como la tortuga, a la hora de la siesta -y eso que recomiendan no estar al sol a esa hora, pero ay! qué bien la pasé, en mi reposera, mientras todos los varones de la casa dormían. Habrán sido apenas 50 páginas, 50 páginas en todo el verano, pero qué lindo relato, qué preciosa manera de leer que tiene Chejfec, como Saer, y qué antipático eso de pensar -como lo hacen los detractores de James- que la literatura tiene que ir directo a su objeto, como si alguien pudiera sber qué es ese objeto, de qué se trata. Releí también el primer capítulo de Moby Dick y ahora, estoy desconcertada. ¿Con qué seguir? Espero, ansiosa volver a saber o a recordar de qué manera se escribe un libro de poemas.

1 comentario:

Osvaldo dijo...

Son hermosas esas imágenes de verano o de vacaciones. Yo por el momento estoy alquilando un apartamento en buenos
aires
que me impide por salir en este momento a otra ciudad a descansar un poco