Hoy, mientras viajaba en el 92 o transpiraba por Avenida Pueyrredón de vuelta del trabajo pensaba: soy completamente extranjera frente a los rusos. Esa extranjería rotunda y sin remedio -nada indica que a esta altura vaya a convertirme en una experta en literatura rusa- me otogra frente a mí misma cierta libertad de acción y de pensamiento, cierta posibilidad de viaje en clase turista, cierta ininputabilidad -¡quién va a venir a buscarme para preguntarme por qué escribí esto o aquello! Si alguien lo hiciera simplemente diría: no lo sé, qué importa, es la nieve, el cristianismo, o simplemente recitaría el comienzo de El Doctor Zhivago: "Iban, y mientras iban cantaban..." Cualquier narración que comience así, en mi escala de valores, no puede tener otro destino que el grabarse en mi memoria para siempre. La foto que ilustra esta entrada representa el mejor momento de mis vacaciones. Mis dos hijos corriendo por el camino de piedras y pasto.
La acción de la novela se demora constantemente en fragmentos como estos:
"En el bosque era todo fresco y verde. El sol de la tarde, cayendo, penetraba de abajo y las hojas dejaban filtrar la luz y resplnadecían en la transparencia como un vidrio de botella"
"Aquí y allá el bosque estaba salpicado de toda clase de ramas secas, de los elegantes racimos de crucíferas, de los marchitos sauces color marrón oscuro y del blanco acremado del viburno. Haciendo vibrar sus alas vidriosas navegaban lentamente en el aire las libélulas tenues, transparentes como el fuego del bosque."
El Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, Editorial Minerva, Montevideo, 1956.Traducido por Vicente Oliva.
2 comentarios:
divinura! la foto. felicidad Caro.
Gracias amiga! Y gracias por pasar por estos lados... besos.
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