El mallín salvaje
Te habrás abierto un camino entre cañas
las manos flacas y fuertes
habrás visto todo más salvaje –los teros
las bandurrias, el humor amenazante de los patos–
te habrás sentado junto a un árbol
tus hijas atrás
muy atrás con los perros y él,
tu vida te habrá parecido perfecta
como el círculo que dibujan en el aire algunas
aves
–sostienen en su demora un rumor secreto–.
Con un suéter sobre el piyama envejecido, me
dijiste después
caminaste hasta el mallín
y encendiste tu pequeño atado de papeles.
Viste chispear las hebras grises y negras
del pasto –¿o eran libélulas que flotaban
en el aire ciego, resplandecían? –
y tu gesto fue una súplica
una oración pagana porque creés
mucho más en la benevolencia de las estaciones
que en la voluntad de cualquier dios
esta vida,
que siga su curso – habrás pedido
y después nada: el silencio de la noche
ondulante como un océano
salpicado aquí y allá de espuma galáctica.