domingo, 19 de enero de 2014

El amor a futuro


Hacía un año que salíamos con S cuando llegó a casa con un CD de Martha Argerich. Para vos, me dijo, y me dio el disco envuelto en papel de regalo. Lo recibí con una sonrisa  irónica. En ese afán que a veces me agarra por ser sincera, en esa imposibilidad de disimular mi frustración, le dije que ese regalo me parecía mucho más para él que para mí. ¿Me lo regalaba porque pensaba que me podía gustar? ¿Porque quería que me gustara?¿Porque no podía no gustarme? Si yo jamás escuchaba música clásica.  ¿No era tal vez lo que él quería escuchar? ¿O lo que él quería que yo escuchara? Obviamente la discusión fue tremenda, la primera que tuvimos. Qué pavada, discutir por un CD, por un regalo en definitiva, pero ya se sabe, las discusiones son así. La verdad es que mi experiencia con la llamada música clásica estaba llena de prejuicios. Quienes la escuchaban me parecían en general llenos de afectación. Con el tiempo y la sucesión de conciertos a los que fuimos con S, esa idea fue cambiando. La música sinfónica sigue pareciéndome lejana, un poco estruendosa, pero ya no por prejuicio, sino simplemente porque prefiero la música de cámara. La cosa más íntima, más pequeña. Empecé a disfrutar de la música de cámara. Y creo que escuché "Cuadros de una exposición" de Mussorgsky cientos de veces. Ni hablar de Bach o, sobre todo, Debussy, así todo mezclado, desde el disfrute más genuino. 

Ayer, casi once años más tarde fuimos juntos a ver Bloody Daughter, el documental que filmó Stephanie Argerich sobre su relación con la madre y, más lateralmente, con su padre. Lo interesante de la peli, obvio, es el personaje Martha Argerich. Cómo toca, por Dios. Lo hermosa que es. Lo moderna. Lo poco que habla. Lo poco que tiene, tal vez, para decir, porque cuando toca lo dice todo. Esta mañana, mientras los chicos jugaban,  pusimos el CD en cuestión, un CD que en estos once años no se perdió, no se arruinó, no terminó partido en dos por las garras de los niños como tantos otros. Pero un disco que, la verdad, yo jamás escuchaba. Era un acto de orgullo, quizás. O tal vez, simplemente, no lo tenía a mano. Hoy, mientras lo escuchábamos, pensaba: cómo en una pareja hay uno que, quizás, ve un poco más lejos que el otro. Puede que esa sea la clave -toco madera- del amor y la convivencia. Quién sabe. La cuestión es que me pasé la mañana escuchándola a Martha. Disfrutando del regalo de mi primer aniversario con S, once años más tarde.

La foto es de revista ñ.  

1 comentario:

guillermo cook dijo...

Muy lindo y emocionante. Es cierto, no apreciar las cosas en su debido momento es una practica lamentable enraizada en el prejuicio. Mas aún cuando no se guardan y son despreciadas. En el futuro seran echadas de menos..lo se..