Siempre
me sorprende la intuición que motiva la elección de los libros que leemos. Desde
marzo tengo varios apilados por ahí, libros que me regalaron para mi cumpleaños
y que no abrí por estar completamente tomada por la novela que escribía. Mi primera
novela. Ojalá sea la primera de varias. Porque escribir narrativa me ha
parecido mucho más entretenido que escribir poesía. Yo misma tacharía el
adjetivo. Pero es así. Fue –es- un trabajo arduo. Hay que meterse de lleno en
la ficción. Se deja de vivir por un rato la propia vida -¡qué bueno esto por
dios!-. Se mira a la gente, se la piensa como si todos fuesen personajes de lo
que una está escribiendo. La letra corre mucho más rápidamente que en la poesía.
O al menos así fue esta tímida experiencia. Eso: entretenida. Abosorbente,
trabajosa, causa de insomnio pero sí: entretenida El día que la llevé al concurso –S la llevó,
hizo las copias, etc- me crucé con un ómnibus lleno de chicos de un colegio
hebreo como el que asisten algunos de mis personajes. Sentí que era un buen augurio -así pienso las cosas, así creo que son: una cadena de buenos o malos augurios-. La cuestión es que durante agosto pude retomar la lectura. Leí una
de Julian Barnes recomendada por S: The
sense of an ending. Buenísima. Y sin embargo no fue más que eso. Una novela
redonda, prolijísima. Genial podríamos decir. La leí en tres días de cara al
sol de Bahia. Y sin embargo, me daba cuenta de que lo que en realidad tendría
que estar leyendo era otra cosa -quizás no me gusten tanto las
novelas cuadradas sino las que desbordan un poco, las que están
un poco menos pensadas y se dejan llevar como un mazo de cartas que se cae y queda desplegado sobre la mesa-. Joyce
Carol Oates me esperaba. Ahí estaban las más de cuatrocientas páginas.
La foto de la tapa. La madre y la hija. Acá le pusieron Mamá y quizás es tan
poco seductora la palabra –que yo escucho a diario en boca de mis tres hijos, todo
el tiempo- lo que me impedía abrir el libro y arrancar. El título original es Missing Mom. Conclusión: fue una clase
de narrativa. La manera en la que Oates cuenta, todo lo que no dice, cómo salta
de capítulo en capítulo, cómo incluye los diálogos, cómo maneja el discurso
interior de Nikki (un personaje increíble), la manera en la que Nikki se va
transformando, lo que deja atrás; cómo
construye a Wally Szalla –el hombre casado con el que sale-. Incluso se da el
lujo de incluir a un detective seductor y no caer en ningún lugar común o mejor
aún: jugar con el lugar común. Y Clare. ¡Clare! Qué buen personaje. Esa mujer
de voz mandona y llena de obligaciones autoimpuestas –no,
no, jamás querría ser como Clare- que va y viene por este suburbio de Nueva York, con sus dos hijos, su marido a cuestas. Y sí: el desborde de Oates. De seguir narrando y narrando, de entrar en detalles
innecesarios, de repetir, de seguir y seguir y seguir porque la experiencia de
la muerte de una madre es devastadora suceda a la edad que suceda, porque nos
quedamos solas –solos- porque el mundo irremediablemente va a ser un lugar
distinto, mucho menos seguro; porque la manera en la que lo cuenta merece cuatrocientas, quinientas, mil páginas. Todo esto sin caer en ningún cliché, en ninguna clase de
sentimentalismo barato, en ningún golpe bajo. Se trata de esas novelas que van a destiempo, en las que una aprende a conocer el mundo, los personajes. Es como si, por un rato una dejara de vivir en este ahora en el que ya ni siquiera somos post porque ser post es estar fuera de
twitter, fb, tinder, de la saturación de imágenes, de ese ver, ver, ver todo el tiempo y una
volviera a creer que “conocer” es posible -qué idea más decimonónica: conocer a través de la literatura- indagar en lo interior, saber algo más
sobre como son los procesos que hacen que vayamos cambiando a lo largo del
tiempo o que lo más propio de una ya estaba ahí, siempre. En fin: se abre un
mundo detrás de Oates. Muchísimas novelas por leer que tendrán que esperar un
interludio: S me regaló una de R. Walser. En edición de la Biblioteca de Coetze. Parece
que Walser murió congelado: lo encontraron unos chicos cubierto de nieve. Lo empiezo
a leer condicionada por este detalle fundamental: ya sé que me va a gustar.
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