Toda columna que gire alrededor del tema de los despidos macristas en el Gobierno de la Ciudad arranca con una aclaración: sí hay gente que no labura y está bien que esa gente se vaya. Lo que sucede -aunque uno coincida con esa afirmación- es que nadie se solidariza con la causa de los municipales, entonces la aclaración se hace indispensable. Se supone, por otra parte que a todos les gusta su trabajo. Arquitectos, obreros, operarios, bancarios, diseñadores, empleados de maestranza, docentes. Personalmente a veces me gusta trabajar y a veces no. Mamé la cultura del trabajo. Que hace bien, que hace madurar, que es la verdadera independecia. Más vale que, a esta altura, no afirmaría ninguna de estas proposiciones. Si pudiera, no trabajaría. Haría otras cosas pero estar nueve horas en una oficina, no. Por otro lado en un país donde la secuelas del desempleo todavía están a flor de piel es al menos llamativo que a la mayoría de la ciudadanía no le preocupe que se engrose las listas del sin trabajo. Pero bueno, sigamos. Así como el piquete hace rato que no tiene buena prensa, el empleado municipal -hoy llamado glamorosamente empleado del Gobierno de la Ciudad- no es un ser querido. Ahora, la otra cara de la moneda era esta pequeña escena: un centenar de personas encerradas en el mismo espacio intercambiando miradas, sospechas, bajando la cabeza al preguntar en susurros: "Entonces me estarían renovando el contrato tres meses más?", hablando de listas, de nombres que el gremio sí defiende y otros que el gremio no defiende, esperando ver si el dia 15 finalmente aparece acreditado el sueldo, acuerdos, pactos, interminables consultas al área de personal. Lo mínimo que se puede decir es: desprolijo. Lo mínimo, pero estoy hablando en los término de la mayoría, la que le dió el voto a la reestructuración de la planta de empleados estatales. Se suponía que estos muchachos de Newman, del Champa, de la Universidad de San Andrés sí sabían como hacer las cosas con prolijidad. Para algo cuentan con asesores muchos de ellos pertenecientes a grandes consultoras multinaionales avezados en el arte de barajar y dar de vuelta. TRabajé seis años en una consultora de esas y puedo asegurar que saben de armar planillas, de hacer pronósticos, de no dejar nada librado al azar. Al menos con esas cosas torturaba un jefe mío a todo analista o secretaria que se le pusiera en el camino. Todo debía estar impecable. Me niego a pensar que esta es la única manera de hacerlo. Aunque el gremio se venga encima. Por qué no reunir a todos y decir: vos sí por esto y por esto y vos no, por esto y por esto. No es tan difícil. Aunque se tengan que comer cientos de juicios. No saber es terrible. Siempre lo fue. Esribo y me corrijo: generar incertidumbre siempre ha sido un arma inbatible. ¿Por qué no iban ellos a usarlo?
En el interín doy por comienzo una tarea titánica. Un pase de Ministerio. Me voy de Desarrollo Social (ex Derechos Humanos y Sociales) y entro a Cultura. Si Dios y el macrismo me lo permiten.