De todo el diario del domingo, lo que nunca dejo de leer es la sección de Empleos. Lo hago desde siempre -al menos desde hace quince años- y nunca, hasta ayer, entendí muy bien por qué me genera tal fascinación. Tengo trabajo. Pero hubo un tiempo en el que no lo tenía, o quería cambiar y me imaginaba la candidata ideal de cualquier de los "pedidos". Trabajé de profesora de inglés, de castellano, de vendedora de un servicio de información teléfonica pre-internet.... después entré de secretaria en una prepaga y más tarde en una multinacional, primero como recpecionista y después como asistente en diferentes áreas -siempre las mismas tareas pero con diferente nombre. Todo en paralelo con mi carrera en Letras. Llegué a ser asistente de recruiting (algo así como la búsqueda de personal) y viajé en pleno 2000 buscando "candidatos" para cubrir los puestos de analistas en negocios o asociados de la empresa. Miraba y miraba CVs para hacer la selección mientras el país se caía a pedazos. Teníamos con Eleonora -mi jefa inmediata en ese momento- una oficina con vista a la nada. Y Ele, embarazada de ocho meses, insistía en seguir con la misma eficiencia con la que estaba acostumbrada a trabajar. El país se desmoronaba. De hecho yo quedé sin trabajo en septiembre de 2001 y Ele un poco antes. La cuestión es que a partir de ese "puesto" que tuve, en el que estaba en contacto con los chicos/as ávidos por entrar a McK, me quedó esta inclinación a mirar los avisos. Y ayer, el diario La Nación tuvo un gran acierto una nota casi surrealista, que empezaba con un tema y derivaba en cualquier otro -a lo Aira. El autor de la nota contaba el proceso de selección al que se somete a los candidatos para astronautas. Decía que, en definitiva, quienes se postulan buscan lo que todos: un futuro que adivinan del otro lado del recuadro de "se busca". Y que, ya sea para viajar a Marte -que es el último hit de la moda estelar-, o para entrar en una empresa de, digamos, consumo masivo, telemarketing, lo que sea, la gente se hace la misma película, las mismas ilusiones. En ese ritual de enviar un CV, previamente diseñado para el puesto en cuestión -yo llegué a tener varios: uno para traductora, otro para docente, otro para secretaria... me creía capaz de cumplir cualquier rol-, en la elección de la ropa, en la visualización, la noche previa, de la entrevista, en la espera... uno se siente envuelto en infinidad de fantasías.
Y eso es lo que encuentro cuando miro los avisos. Porque es casi una obsesión, lo que más me interesa del diario, por lejos. Las frases que se utilizan, por ejemplo, la alusión a una "posición" a un "puesto", los grandes recuadros en inglés, los que piden "disponibilidad horaria"... ¿A qué se refieren? ¿cuánta disponibilidad horaria quieren? Y los desafíos a los que aluden, la actitud que piden de los candidatos, el compromiso.... es como otro mundo, el de los clasificados. Un mundo casi rayando en la locura, en el despropósito. Como cuando viajamos ese año 2000 a ofrecer "puestos" que después teníamos que patear para adelante, decir: "en lugar de empezar el 2 de septiembre, quizás tengas que empezar en enero del 2001" y los "candidatos" dispuestos a todo con tal de tener su lugar en el mundo de la multinacional.
En fin. Viajo a la luna de la mano de los clasificados de empleos.
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