Hace millones de años, en otra vida -una vida antiquísima en la que yo veraneaba en Punta del Este con mi familia y cada vez que llegábamos lo primero que hacía era bajar a la playa con unos pasteles a dibujar cual niña del siglo pasado- mi abuela fue a la librería "La eslava" donde compraba todos los libros que me regalaba relogiosamente cada Navidad -formaban parte del pack bombachas y camisones-para comprar La hija del capitán, de Pushkin. No recuerdo absolutamente nada de esa lectura. Salvo la tapa del libro: blanca con un dibujo en tinta negra. Y un clima, una premonición: el libro tenía que ser maravilloso.
El año pasado S llevó un espectáculo al festival que organiza Barishnikov en Sarasota. ¡Estuvo con él! ¡Con Misha! Así que, quizás se pueda afirmar que los rusos se han estado abriendo paso en mi vida de una u otra manera. Antes de llegar con Marca de agua -Watermark, su título original- el libro sobre Venecia del genial Joseph Brodsky, S había comprado en una librería en Sarasota los Collected Poems. Supongo que debería dedicarle los próximos cinco años solamente a leer, entender y traducir cada uno de esos poemas.
Watermark es una rareza, una piedra preciosa. Basta este fragmento en el que Brodsky cuenta su encuentro con la mujer de Ezra Pound. Así comienza: "Bueno, para empezar, en mi trabajo Ezra Pound es muy importante, prácticamente una industria", dice Brodsky. Esta sola frase, a mí me arrastra a amar a Joseph Brodsky. No tanto por lo que dice de Pound -cuya industria llega a nuestras latitudes- sino por lo del "trabajo". Alguien que piensa su tarea de poeta como un trabajo merece todo mi respeto. Puedo imaginar a Bordsky arrastrando piedras a través de un campo nevado y esas piedras son palabras y el resultado es un poema. Brodsky -y esto lo va a hacer en todo el libro- le quita esa solemnidad que tantas veces se le adhiere a la poesía y dice: ¡"en mi trabajo..."! En el mismo tono, unas páginas antes describe las casa de los eruditos locales -venecianos- con los que no desea por nada del mundo encontrarse. "...demasiadas litografías abstractas en las paredes. demasiados estantes de libros bien arreglados, esposas silenciosas, hijas vacuas, conversaciones que seguían su curso moribundo a través de los sucesos de actualiodad, la fama de fulano, psicoterapia, surrealismo... Yo aspiraba a dilapidar mis tardes en la oficina vacía de algún abogado o farmaceuta local, mirando a su secretaria mientras traía café de algún bar cercano, conversando ociosamente sobre los precios de las lanchas a motor..." Hay algo del hacer como contrapuesto a la literatura que me fascina en esta afirmación. Algo que literalmente me enamora del personaje Brodsky. Sigamos: Brodsky llega a la casa de la vuida de Pound con Susan Sontag. Dice: "Se sirvió el té, pero no habíamos tomado el primer sorbo, cuando la anfitriona -una dama de pelo gris, diminuta, impecable, con muchos años por delante- levantó su inhiesto dedo, el que se deslizó a un surco mental invisible y de sus labios fruncidos brotó un aria cuya partitura había entrado a dominio público por lo menos desde 1945: Que Ezra no era fascista; que temían que los americanos (lo que sonaba muy raro en boca de una americana), lo sentaran en la silla eléctrica... (..:) En cierto momento dejé de registrar lo que estaba diciendo -lo que para mí es fácil, pues el inglés no es mi lengua materna- y sólo asentía durante las pausaso, siempre que marcaba su monólogo con un "¿Capito?" que era como un tic."
Se ve que son días de apoyarme en mi ignorancia: no he leído a Pound. Supongo que me pierdo algo grande, pero de verdad, no sé por qué, Pound me cae tremendamente antipático. Es como una intuición. Como cuando pienso: "Quiero leer La hija del capitán" y abro el libro y la intuición se confirma casi inmediatamente: el libro es maravilloso. Venecia que ya por sí misma es deslumbrante -¿quién acaso no lo sabe?- es doblemente poética narrada por Brodsky.