Del libro en preparación.
Concierto
Cada vez que los músicos terminaban un movimiento
mi padre aplaudía como si se tratase del final de la obra.
Nuestras manos –las de mi padre y las mías
generaban un ruido seco, arrítmico
fuera de lugar.
Papá sonríe. Te falta personalidad, dice.
Nací en Lavalle y Pueyrredón a pocas cuadras
del negocio que papá compartía con uno de sus ocho hermanos.
Pleno barrio del Once.
No éramos propietarios, ni mi padre
ni mi madre, ni yo.
Para comprar se inclinaron por Barrio Norte
o Recoleta, según fuese quien preguntara.
En ese salto se elevaron mi madre y mi hermano.
Mi padre y yo quedamos suspendidos
a medio camino
sin entender exactamente qué era lo que abandonábamos
o de qué podía tratarse el porvenir.
Cartas
No se puede escapar a la conciencia de clase.
Laura y yo lo sabíamos. Por eso nos atrincherábamos
contra todas las demás. Éramos de alguna manera, iguales.
O casi iguales. O las menos diferentes entre sí.
Aunque vivíamos a pocas cuadras
una vez decidimos escribirnos cartas.
Había que mandarlas por correo.
La de Laura me llegó en un papel biblia
tres hojas escritas con tinta azul.
Al final explicaba por qué era la primera y la última
por qué no iba a resultar.
Al poco tiempo, como era de esperar
Laura se hizo de un nuevo grupo de amigas.
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