Las vacaciones de invierno tienen esto: volvés a la sensación de que el año se divide en dos, que hay un antes y un después de julio y, aunque vas y venís con los niños a todos lados te sentís un poco, apenas quizás, también, de vacaciones. Pintar en casa, armar rompecabezas, dejar que se queden despiertos hasta tarde, ir al teatro: relajarte. Y, por ejemplo, volver a escribir poemas. Como si estuvieras de cara al mar o a la montaña, el ocio, aunque no vaya a durar más de un par de días, me permite, por ejemplo esto: dejarme llevar e inaugurar el cuadernito con floripondios en la tapa que reservaba vaya a saber para qué. Así estamos: en un período de inusitado optimismo donde todo, incluido escribir sin más, por qué sí, lo que se me da la gana, parece posible.
lunes, 25 de julio de 2011
domingo, 24 de julio de 2011
Domingo: I'm back
De pantuflas y bata sentada frente a la biblioteca elijo libros para mis cuatro o cinco días de vacaciones urbanas y con niños pero vacacione sal fin. ¡¡No tengo nada que leer ni escribir por trabajo!! Entonces reordeno apenas mi biblioteca, recorro con la vista los estantes. Digo: los italianos acá, los alemanes -que no leí sino que son propiedad casi absoluta de S- para allá y me meto en la cama con una selección para nada arbitraria: es lo que pienso leer y leer estos días en busca de inspiración. Quasimodo. Un poema de Laura Wittner que salió en el último Diario de poesía (porque hace rato que quiero escribir sobre la playa y ella lo hace tan bien!!), John Ashbery y, cuando lo encuentre, mi querido Bonnefoy. Vuelvo a las fuentes. A meter en una bolsa todo lo escrito hasta ahora darlo vuelta y ver qué sucede.
sábado, 26 de febrero de 2011
sábado, 5 de febrero de 2011
Sábados de poema
Tengo la mañana del sábado para mí. Así que aquí va un poema, sin corregirlo demasiado, aviso, así, como no deberá subirse, en crudo; pero admito que esta es la función del blog. Subir cosas o cositas, probarlas, leerlas, uno mismo así en la pantalla y después decidirles la suerte. Así que probablemente en los días siguientes el poema vaya mutando de forma o vaya uno a saber.
Lucio
¿Y qué decía yo, qué decía?, y después
¿hacia dónde corríamos?, ¿y quién rodaba colina abajo
yo, mamá, qué hacía? Juanele hubiese escrito un hermoso poema
con este empeño tuyo por desglosar la realidad, abrirla
como si se tratase de llegar al corazón de una nuez. Y es cierto, el día está tan lindo
que todo parece posible; un poema, una carrera a través de eso que vos
y los demás chicos llaman, la colina. Pero sería necio no advertirte
que suelen tener mejor suerte
los hombres que no se empeñan en recordar lo vivido, que ruedan
cuesta abajo o trepan –poco importa, si de caer lo harían
sobre el pasto prolijo del club- pero que no giran la cabeza
cada dos por tres para ver las pisadas todavía frescas,
el pasto apenas inclinado. Corré, te aliento, corré que también va Iñaki
pero no lo digo en voz alta porque sé que de alguna extraña manera
confias más en un relato confuso y mío que en el valor de la experiencia;
entonces el ritual es decir el pasado inmediato
desgranarlo juntos en el camino de regreso a casa: dijiste que vos también los perseguirías
que ibas a subir con la rama la colina
y en el apuro Iñaki cayó cuesta abajo y le dijiste, vení
volvamos y desde arriba planearon otra vez la salida, rodaron
cada uno con su arma y sobre el pasto, solitaria
la carrera de los dos me pareció heroica.
Idem anterior: de un incierto pero futuro libro
Lucio
¿Y qué decía yo, qué decía?, y después
¿hacia dónde corríamos?, ¿y quién rodaba colina abajo
yo, mamá, qué hacía? Juanele hubiese escrito un hermoso poema
con este empeño tuyo por desglosar la realidad, abrirla
como si se tratase de llegar al corazón de una nuez. Y es cierto, el día está tan lindo
que todo parece posible; un poema, una carrera a través de eso que vos
y los demás chicos llaman, la colina. Pero sería necio no advertirte
que suelen tener mejor suerte
los hombres que no se empeñan en recordar lo vivido, que ruedan
cuesta abajo o trepan –poco importa, si de caer lo harían
sobre el pasto prolijo del club- pero que no giran la cabeza
cada dos por tres para ver las pisadas todavía frescas,
el pasto apenas inclinado. Corré, te aliento, corré que también va Iñaki
pero no lo digo en voz alta porque sé que de alguna extraña manera
confias más en un relato confuso y mío que en el valor de la experiencia;
entonces el ritual es decir el pasado inmediato
desgranarlo juntos en el camino de regreso a casa: dijiste que vos también los perseguirías
que ibas a subir con la rama la colina
y en el apuro Iñaki cayó cuesta abajo y le dijiste, vení
volvamos y desde arriba planearon otra vez la salida, rodaron
cada uno con su arma y sobre el pasto, solitaria
la carrera de los dos me pareció heroica.
Idem anterior: de un incierto pero futuro libro
lunes, 31 de enero de 2011
Correcciones
Como una vaca que quiere pastar tranquila
Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, la manera de decir.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.
Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, la manera de decir.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.
sábado, 29 de enero de 2011
Poemas nuevos
Como una vaca que quiere pastar tranquila
Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, no sé, lo cierto es que esa manera de decir
era por completo ajena a vos.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen diferente a la habitual
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.
Lavadero
Antes de sumergir los dedos en la espuma del agua
huelo la ropa amontonada como lo haría cualquier animal –
¿de qué otra manera saber
si tal o cual prenda está usada, el pantalón, los minúsculos calzoncillos?
Remojo los dedos en agua enjabonada
abro con la mano, la espuma
y cada movimiento
es una frase.
Lucio
Hoy, por ejemplo, fuimos al club.
Tuvimos que volver corriendo, Lucio y yo con el bebé en brazos.
Pero antes, en el arenero, me atravesaba la cadencia
de un poema. ¿Se cumplía tal vez
aquella premonición mía de niños corriendo o descansando?
Como cuando dije aquí jugarán los más grandes, allá
los más chicos y alguien pensó que describía
la vida de otra o recitaba de memoria un poema de Carrera.
Llegamos empapados los tres.
Dicen que no existe algo así como el amor a los padres.
Pienso en esto mientras subo el cierre de la campera de Lucio
convencida de que es mucho más
un acto egoísta, mío;
si apenas transitamos un invierno moderado, si no hay nieve ni escarcha
si son sólo unos metros y correr sería lo más acertado.
Esquivo, entonces, la mirada inquieta de mi hijo
sus hombros apenas encorvados
y contra todos los pronósticos, lo abrigo.
De álgún próximo libro, de título, por ahora, incierto.
Me dijiste algo levemente perturbador –una palabra o quizás
haya sido el tono, no sé, lo cierto es que esa manera de decir
era por completo ajena a vos.
Era lo que quería: estar juntos, sorber de tu cuello
un pensamiento, una imagen diferente a la habitual
apropiármela y decirte luego, para tu asombro: mirá, éste sos vos.
Ahora te escucho resoplar cansado, tu cuerpo inmenso
e imagino que habito la cueva de un buey, sigilosa
vaca sombría y callada me muevo sólo
para acercarme un poco y después echarme
de lleno a pastar, a mirar
la llanura siempre verde e imaginar que es toda mía.
Lavadero
Antes de sumergir los dedos en la espuma del agua
huelo la ropa amontonada como lo haría cualquier animal –
¿de qué otra manera saber
si tal o cual prenda está usada, el pantalón, los minúsculos calzoncillos?
Remojo los dedos en agua enjabonada
abro con la mano, la espuma
y cada movimiento
es una frase.
Lucio
Hoy, por ejemplo, fuimos al club.
Tuvimos que volver corriendo, Lucio y yo con el bebé en brazos.
Pero antes, en el arenero, me atravesaba la cadencia
de un poema. ¿Se cumplía tal vez
aquella premonición mía de niños corriendo o descansando?
Como cuando dije aquí jugarán los más grandes, allá
los más chicos y alguien pensó que describía
la vida de otra o recitaba de memoria un poema de Carrera.
Llegamos empapados los tres.
Dicen que no existe algo así como el amor a los padres.
Pienso en esto mientras subo el cierre de la campera de Lucio
convencida de que es mucho más
un acto egoísta, mío;
si apenas transitamos un invierno moderado, si no hay nieve ni escarcha
si son sólo unos metros y correr sería lo más acertado.
Esquivo, entonces, la mirada inquieta de mi hijo
sus hombros apenas encorvados
y contra todos los pronósticos, lo abrigo.
De álgún próximo libro, de título, por ahora, incierto.
miércoles, 19 de enero de 2011
martes, 18 de enero de 2011
Una tortuga de mar que vimos descansar al sol una mañana, sobre la arena
Fue así: apenas llegábamos con la sombrilla, la silla, la lona, cuando vimos un grupo de cinco o seis hombres, mujeres –de esas, esos que caminan a ritmo parejo todas las mañanas hundiéndose un poco en la arena, conversando, gesticulando- en círculo alrededor de algo que no sabíamos exactamente qué era. S fue a “tocar el mar” con Lucio y Mateo –“tocar el mar”, “saltar las olas”, repertorio verbal de los que convivimos con niños en vacaciones- y yo me apuré a ver qué pasaba en el centro de ese círculo de gente con los trajes de baño chorreando agua salada y la mirada puesta en un animal –no podía ser otra cosa- que desde donde yo estaba, no podía ver. Y cuándo llegué…. Una tortuga de mar con su caparazón más ovalado que redondo, verde amarronado. Y las hipótesis: “estaba cansada, dicen que se acuestan así en la playa y luego vuelven al mar”, las preguntas: “¿estará enferma?”, “¿qué le pasa, mamá?” y todo eso con lo que uno imagina un poema mientras la tortuga inmensa en su placidez mueve apenas la cabeza como diciendo, estoy aquí y un niño llega con un balde de agua y la moja y todos nos miramos, y yo salgo a buscar a mi hijo mayor y le digo mirá, Lucio, una tortuga de mar.
Y me quedo pensando, después de escribir esto, lo primero que escribo en muchos días –¡qué felicidad!- sentada en un bar a una cuadra de mi casa en pleno barrio norte, ahora, pienso que esto es lo que traje de las vacaciones una primera frase, un poema, quizás, algo así como “nosotros éramos los que mirábamos la tortuga de mar….” Sigo pensando, en una asociación de ideas quizás excesiva –perdón, estoy demasiado feliz por poder sentarme un ratito a volcar estos pensamientos, permítanme esta reflexión en diagonal- en una antipática columna que leí de Andrés Neuman en Ñ, hace unos días, donde hablaba de Henry James y de sus rodeos a la hora de escribir, pensaba yo, en relación también a un ensayo que leí de Sergio Chejfec sobre Gianuzzi (Sobre Gianuzzi, Bajo la luna, 2010)–un ensayo increíble, conmovedor, genial construido en gran medida como un larguísimo rodeo- que de eso se trata escribir. Dar una larguísima vuelta sobre el lenguaje, decir, decir, decir pero hacerlo echados o enredados en nuestros propios pensamientos como esa tortuga de mar, como Chejfec, como James, y qué importa si para alguno se trata de una experiencia masturbatoria en relación al lenguaje, qué importa.
Y me quedo pensando, después de escribir esto, lo primero que escribo en muchos días –¡qué felicidad!- sentada en un bar a una cuadra de mi casa en pleno barrio norte, ahora, pienso que esto es lo que traje de las vacaciones una primera frase, un poema, quizás, algo así como “nosotros éramos los que mirábamos la tortuga de mar….” Sigo pensando, en una asociación de ideas quizás excesiva –perdón, estoy demasiado feliz por poder sentarme un ratito a volcar estos pensamientos, permítanme esta reflexión en diagonal- en una antipática columna que leí de Andrés Neuman en Ñ, hace unos días, donde hablaba de Henry James y de sus rodeos a la hora de escribir, pensaba yo, en relación también a un ensayo que leí de Sergio Chejfec sobre Gianuzzi (Sobre Gianuzzi, Bajo la luna, 2010)–un ensayo increíble, conmovedor, genial construido en gran medida como un larguísimo rodeo- que de eso se trata escribir. Dar una larguísima vuelta sobre el lenguaje, decir, decir, decir pero hacerlo echados o enredados en nuestros propios pensamientos como esa tortuga de mar, como Chejfec, como James, y qué importa si para alguno se trata de una experiencia masturbatoria en relación al lenguaje, qué importa.
De verdad recomiendo el libro de Chejfec, es buenísimo. Lo leí tirada al sol, como la tortuga, a la hora de la siesta -y eso que recomiendan no estar al sol a esa hora, pero ay! qué bien la pasé, en mi reposera, mientras todos los varones de la casa dormían. Habrán sido apenas 50 páginas, 50 páginas en todo el verano, pero qué lindo relato, qué preciosa manera de leer que tiene Chejfec, como Saer, y qué antipático eso de pensar -como lo hacen los detractores de James- que la literatura tiene que ir directo a su objeto, como si alguien pudiera sber qué es ese objeto, de qué se trata. Releí también el primer capítulo de Moby Dick y ahora, estoy desconcertada. ¿Con qué seguir? Espero, ansiosa volver a saber o a recordar de qué manera se escribe un libro de poemas.
lunes, 17 de enero de 2011
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