martes, 14 de febrero de 2012

Los rusos

Los rusos

Siempre leí la novela inglesa. La leí con convicción y placer. Jane Austen, las Brönte, Thomas Hardy, Henry James, Joseph Conrad. Supongo que es una cuestión de carácter: me gustan las formas, qué le voy a hacer. Sin embargo se vienen tiempos difíciles para los amantes de la forma. Basta con leer cualquier mail, ver la felicidad que provoca recibir alguno que comience con un educadísimo o amoroso, “Querida Carolina”. Ya lo sé: debería haber nacido hace un siglo o dos, hasta mi analista llegó a esa fatídica conclusión. Sin embargo creo haber encontrado mi tabla de salvación: la novela rusa. Muchos suelen sumergirse en Dostoievsky en la adolescencia, yo a esa edad leí hasta el cansancio novelas de amor y aventura, a medio camino entre la novela rosa y el erotismo soft. Después un día, en el colegio leímos Emma de Jane Austen y mientras mis compañeras se aburrían olímpicamente yo me encontré amando aquellos fragmentos llenos de palabras cuyo significado desconocía. Tenía que correr al diccionario, anotar definiciones en lápiz, armar un sentido. Después de Emma leí todo lo demás. Lo que pude. Se entiende, no leí a los rusos: estaba demasiado ensimismada en las palabras.

Luego, con mi primer embarazo devoré Crimen y castigo. S de viaje y yo en reposo, leí sin parar durante cuatro días, hipnotizada. Pasaron un verano o dos. Leí Las alas de la paloma, es decir: volví a lo que conocía, a los ingleses. Pero el año pasado leí Anna Karenina, la correspondencia de Tolstoi y me pareció apabullante, pero de una manera desconocida. Una sombra distinta recorría esas páginas. Distinta y a la vez familiar -¿tendré un alma rusa? A partir una nota para Ñ me metí en la vida de Marina Tsvietaieva. Me impresionó muchísimo. Ya conocía algo de su poesía pero su vida, dios mío. Y a partir de la correspondencia entre Marina y Pasternak decidí este verano leer El Doctor Zhivago.
Me desalentó bastante enterarme del uso norteamericano de la novela. Pero a la vez pensaba, si Marina Tsvietaieva lo admiró tanto, la novela no puede ser simplemente un pasquín antisoviético. Así que empecé a leer. Aunque la traducción –una primera edición que encontró mi querido tío en una librería de usados- abriera pero no cerrara comillas, mezclara tiempos verbales o aunque mi mente occidental y obtusa mezclara nombres al punto de no saber quién decía qué. Y sin embargo, la novela resiste todos estos embates. Basta con leer cualquier párrafo en el que Pasternak se detiene sobre el bosque, sobre el invierno, sobre los copos cayendo como flecos, las vicisitudes en torno a cómo encender la estufa, los lobos merodeando la casa, la manera en la que Zhivago va desaprendiendo su oficio de médico e incluso su oficio de poeta hasta devenir casi en un hombre harapiento y solitario -¿Tolstoi? Es un viaje interior como no existe en la novela inglesa. Aunque ambas dilaten la acción y se pongan en marcha, digamos, en la página 300….Los rusos crean clima, un clima que va más allá de las palabras, una densidad que hace de la lectura una experiencia -como decía Alberto Girri y eso que él traducía poesía inglesa y norteamericana- moral. Supongo que es el frío, el encierro, la nieve. Y estoy segura de que repito lo que muchos antes dijeron, pero no me importa en lo más mínimo. Es mi descubrimiento más reciente. Los rusos me conectan con mi propia resistencia. Voraz y carnívora como el aullido de los lobos.

2 comentarios:

Mercedes Araujo dijo...

Querida Carolina: Volviste y nos dio felicidad, muy buena crónica de los antojos literarios de los últimos años.
Besos

Carolina Esses dijo...

Gracias queridísima Merce! Muchos besos.