jueves, 14 de noviembre de 2013

4 AM: LLuvias

No sé exactamente cuándo la lluvia empezó a preocuparme. Cuándo fue que dejó de ser algo divertido, pintoresco, incluso algo deseado para transformarse en fuente de desvelos. De hecho son las cuatro de la mañana y no puedo dormir. Ya visité todos los sitios web de "pronóstico extendido" para ver cómo van a ser las próximas horas. Dando vueltas en la cama pienso en un sinfín de cuestiones prácticas que aburriría al lector más paciente. Me asomo a la ventana. Sí: llueve. Y tengo la poco original sensación de que no va a parar jamás. Pienso en todo lo que tengo que hacer, en los chicos, en el trabajo. Siento que vivo en una ciudad de la India alejada de todo, que jamás podré llegar a destino; no con la lluvia de por medio. Mi vida se ha transformado en la grilla de una empresa de logística. Dónde tiene que estar cada uno a determinada hora, quién busca, quién trae. Y la lluvia paraliza todo. Una de esas cosas que cambia con la llegada de los hijos, supongo. Y una que se dice: aprendé a relajarte, no te estreses, todo tiene solución: es lluvia nada más. Pero, claro, si el cuerpo -con sus tics, sus terminaciones nerviosas, sus contracciones musculares- pudiera hacerle caso a la mente los cajones de las farmacias que venden clonazepam no estarían vacíos. Ahí para un poquito. El bebé se mueve en la cuna. La noche se vuelve un poco más amable. Me doy cuenta de que estoy cansada. Ya no sé si lo que escucho es al lluvia que emana de la compu -es viejita y hace ruido- o la que proviene del otro lado de la ventana. Le pongo el chupete al bebé. Vuelvo a la cama. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Perfumes

Recién, en el colectivo la mujer que viajaba al lado mío tenía un perfume que me llevaba a un lugar. No era en realidad perfume, era más bien una crema de enjuague, algo así, una mezcla de shampú y crema, nada grandilocuente. Era increíblemente familiar. Me inundaba de una sensación de bienestar, de haber sido feliz cuando, muchos años atrás, desde algún otro lado me llegaba el mismo perfume. La miré para ver si había algo especial en ella. Si era especialmente linda, si llevaba el pelo arreglado de alguna manera particular. Algo que acompañara ese perfume que me llevaba como en oleadas a algún recuerdo que no pude identificar. Pero no. De hecho tenía el pelo atado de una manera desprolija, no desprolija a propósito como usan tanto las adolescentes, sino desprolija de no haber sabido atárselo bien. Qué cosa los olores, los perfumes. Qué sentido, el olfato, capaz de guardar en secreto un recuerdo, como este que no pude todavía descifrar. Y ahí va a quedar. Tengo muy mala memoria. Pienso en esto mientras empiezo a leer una novela que promete ser exquisita: Flores de un solo día, de Anna Kazumi Stahl. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Compañeros de viaje



Tendría que estar terminando de leer la novela. Sólo me faltan 100 de un total de 512 páginas. Pero no puedo evitarlo, tan lejos estoy del "vacío interior" al que quiere llevarme mi maestra de yoga. Hace días que estoy sumamente desconcentrada. Mientras leo pienso, y mientras pienso escribo mentalmente. Por ejemplo: esta entrada del blog. La novela es The Marriage Plot, de Jeffrey Eugenides. Y es buenísima. LLeva tiempo. Al principio me desconcertó, me pareció un poco banal, las anécdotas de una estudiantina. Pero había que darle tiempo. Había que seguir leyendo. Confirma también una teoría secreta que tengo: cuando una decide qué leer -así a ciegas: yo no sabía que la novela era, en realidad sobre creencias, sobre formas de practicar esas creencias, sobre religión entre otras cosas- hay un espíritu superior que elige por una. O un aspecto superior de una misma. La novela es exactamente lo que yo tenía que leer en este momento. Hace tiempo -desde que me embarqué en este proyecto de escribir una novela- que no dejo de maravillarme frente al trabajo consumado: esos relatos que parece que han sido escritos así, a la corrida, sin que la autora o el autor se haya detenido a pensar cómo o de qué manera poner esto o aquello. Como iluminados.  Hay autores que dicen escribir así. Que aseguran no poder seguir si la página anterior no está perfecta, si no es la definitiva. En mi borrador todo es precario, provisorio, pero avanza. Por otro lado,  no puedo hacerlo de otra manera. Hace un par de semanas me encontré con una nota muy interesante de Matías Serra Bradford donde habla sobre esos compañeros de ruta que se eligen cuando una o uno escribe y que de alguna manera guían esa escritura. Bueno, Eugenides es  uno de los míos. Ese "look inside" al que nos invita la portada, esa posibilidad que da amazon para que se pueda mirar el libro, sin duda sintetiza lo que propone la novela: mirar dentro, muy dentro de los personajes, llegar a ser los personajes, llegar hasta la médula de Leonard, Mitchell y Maddie. Y a través de esa introspección en estos tres jóvenes armar una trama. Digo: esto se me ocurre es el método de Eugenides. Entrar, entrar lo más profundo posible, como quién se adentra en una experiencia mística. No detenerse, seguir adelante con lo que cada personaje propone. Darle voz, dejarlo ser. La novela se consigue en castellano: La trama nupcial. Y se las recomiendo fervientemente.