A casi 31 de enero y con la extraña sensación de que el verano debería estar llegando a su fin cuando, en realidad, recién empieza, anoto algunas impresiones sobre lo que fueron mis lecturas de verano.
Empecé con El desperdicio, creo que en Navidad. Me sigue pareciendo que, de todas las novelas que leí últimamente, es la que plantea la prosa que a mí má me interesa. Cuidada, ligermante poética, tiene un trabajo que me recuerda a Flaubert. Quizás -a pesar mío que intento escribir acciones y no lo logro- lo que me gusta es que se detiene en el interior de los personajes, que es una novela reflexiva y que entreteje esas detenciones en esa elaboración de un idioma que hace que uno pueda distinguir un estilo particular. A pesar de que al final la novela se desdibuja me gustó muchísimo y espero leer en breve El dock que me dicen, es mejor.
Seguí con Ciencias Morales. La devoré. Ahora, a la distancia y después de haber encontrado demasiadas reseñas en todos los suplementos culturales -deudoras del Premio Herralde- encuentro lo más interesante en la construcción del narrador. Ese es es el hallazgo de Kohan y ahí la celebro. Lo que no celebro tanto es la construcción de un sistema binario según el cual A (el colegio) vendría a reflejar o a ser B (el país) y los personajes a encarmar roles tan estereotipados. Hay escenas muy pero muy bien logradas, mérito de un narrador impecable. Las pocas pinceladas con las que se retrata a la madre o al hermano, las primeras escenas de María Teresa en el baño. El crescendo en violencia y obediencia de la novela construyen una trama que atrapa. Pero, insisto, me hubiese gustado alguna linea que hiciera fugar al novela hacia otros lugares. Un resto o un exceso que no la cerrara tanto.
Luego, entre la pileta y la siesta de San Javier leí La muerte lenta de Luciana B, regalo de Navidad que recibió Santiago. Guillermo Martínez es un escritor que me cae cada vez mejor. No sé por qué, ya que no lo conozco personlamente salvo por algunas preguntas para un nota que en su momento me respondió, pero me gusta el bajo perfil, el oficio, la cosa poco académica. Sin embargo, la novela se queda corta. La leí rapidísimo atrapada por la trama -y en ese sentido cumple- pero me faltó lo que evidentemente busco como lectora que es el trabajo con el lenguaje. La novela está escrita con un castellano ¿español? neutro -cercano al de la traducción- y salvo alguna referencia a cartoneros -lugar común en el que están cayendo muchos escritores últimamente- no hay nada que ancle la novela a algún espacio particular.
Y por último, El trabajo, de Aníbal Jarkowski. El título ya me predispuso bien. Me interesa el tema y por eso la compré, básicamente. Decisión escolar, si se quiere, pero quería ver qué pasaba enel texto con el mundo del trabajo. Y así la leí. Se puede hacer el foco en varios ejes: la relación sexo y trabajo, arte y realidad, la tolerancia al hiperrealismo, el cuerpo como objeto a descifrar... en fin. Me encantó. Me gustó como estaba escrita, el mundo que retrata, la construcción de los personajes y la trama que obliga a seguir leyendo. El mundo de "las chicas" en las grandes corporaciones y "las chicas" como mujeres que tienen que prostituirse... sobre todo me gustó el retrato del universo del trabajo como una comunidad de mujeres. La división de género en relación al empleo. Sí: si tuviera que hacer una lectura de la novela -algo más reflexiva que estas meras anotaciones- ahondaría en la manera en la que el trabjo se divide según sea hombre o mujer quien lo ejerce y lo busca. El trabajo como un espacio de deseo y a la vez un espacio repudiado. "Tener trabajo" como la justificación de las propias acciones y de la propia vida. Y, lamentablemente, la imposibilidad de salirse de ahí de la protagonista -ya sea en la oficina, en el burlesque... salvo, quizás, en el espacio mítico de la tiendita del padre. Sórdida. Pero excelente.