Hace un tiempo ofrecí a alguna de las revistas en la que escribo una nota. No pegó. Pero a mí me sigue pareciendo buenísima. Buenísima en el tono de una revista de interés general, digo: no buenísima para el lector especializado en literatura. De verdad: se la ofrezco hasta a "Il paparazzi", ¿por qué no? Y, ahora que empiezo a leer una novela que ya me tiene bastante atrapada, vuelve a aparecer esa, la misma, idea: "Por qué leer un clásico este verano puede cambiarte la vida". ¿Se entiende que es para revista no para suplemento cultural? OK, sigo entonces. Hace un par de días empecé a leer The Marriage Plot, de Jeffrey Eugenides. No tiene un comienzo como los de Roth o Franzen. Pero, con el correr de las páginas ya estás metida en la historia. El personaje principal, Maddie, estudia literatura y, mientras todos leen a Derrida ella sigue fascinada con la literatura inglesa del siglo XIX. Es decir: Maddie atrasa. Entonces decide ponerse a tono con los tiempos que corren -los años 80- y se anota en un seminario de deconstrucción. Uno de sus compañeros dice como si hubiese descubierto un gran secreto: "para escribir hay que recurrir a otros libros, no hay que hablar del dolor real." Maddie -como yo- se retuerce en su silla: ¡No! quiere decir, la literatura habla del dolor real.Y esto me hizo pensar en esa nota, la que nunca nadie me compra. La de los clásicos y por qué pueden cambiar tu manera de ver el mundo. Aunque sólo hayas leído Sidney Sheldon toda tu vida. Aunque, ahora sólo leas ese de las Sombras de Grey. ¿Por qué no leer, este verano, La guerra y la paz, por ejemplo? O Los Buddenbruck. Aprovechar el tiempo detenido del verano para entrar en otro ritmo, el de la novela decimonónica. Dejarte llevar por el color de la ropa, el matiz del cuero de un zapato, el rayo de luz que cae oblicuo a través de la cúpula de una iglesia. No leer a lo loco acciones, diálogos. Como le dijo alguna vez un amigo poeta a Tina Balser, la protagonista del libro que acabo de terminar, nada como Proust para la gripe. Si no la cura, te acompaña al menos en ese letargo de la cama. Tengo muchos más argumentos. Arrancar un diario de lectura, por ejemplo. Ir escribiendo lo que nos pasa a medida que avanzamos en la lectura. La idea es que, quienes no leen o leen poco se propongan leer, este verano, un clásico. En fin. Ya picará alguna editora o algún editor. Hasta los invito a que me roben la idea. Imagino la gráfica: seis, siete libros en fila india: me ofrezco para decir qué hay en cada uno de ellos para enriquecer nuestra vida. Estoy optimista. Adhiero a la idea de que no hay vida sin literatura. O de que, para los que tenemos en el fondo de la cabeza una vocecita que nos va "narrando" el mundo, lo real empieza a existir en la medida en que le ponemos -o algún otro le pone- palabras.
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