lunes, 20 de agosto de 2007

El amor (fragmento)


Mariana Docampo me mandó el texto completo ayer al mediodía. No pude parar de leerlo. Un relato increíble llamado El amor. Transcurre entre Buenos Aires y Estocolmo. Aquí un fragmento.


Es el amor. Llegó con la violencia de un ramo de rositas. Todas enmarañadas en un plástico. Y ella estaba vestida de negro. Inmensa. Hermosa. La vi delante de la ventana. Justo entre los postigos. Toda la luz se frenaba en su cuerpo. La claridad la envolvía. Pero ella era compacta. Cerrada. Blanca. Pero negra. Y el pelo caía a los costados del cuello. Fino. Poco. Hasta las clavículas. Tenía las manos grandes. Las piernas anchas. Y me contó, en un idioma extraño, que en Suecia caminaba por un bosque cada tarde. Que le gustaba perderse en ese bosque antes de ir a trabajar. Me habló sobre el hospital. Y sobre la herida de su hermana mayor en el estómago. Me habló con detalles de la herida. Describió las suturas. La salida del pus. El lento enroscarse de los nervios. La detención de la sangre. Los coágulos. El dolor. Y después se inclinó hacia atrás. Se colocó la hebillita en la boca y se la apretó en el pelo. Me sonrió y me miró un instante. Yo me puse sobre mis rodillas, en la cama, y me acerqué a ella estirando el torso. Quise besarla en el cuello, abrir su ropa para introducir mi mano. Y ella se reía, me quitaba los brazos. Después me miraba con dulzura; y yo me hice a un lado. Todo aquel cuerpo inmenso era el amor. Yo la quería.

En Buenos Aires fuimos a comer una noche. Ella me invitó, yo elegí un lugar. Estaba oscuro. Había velas encendidas en las mesas, música baja. Ella se incomodó. Me preguntó por qué había velas. Miré hacia un costado. No contesté. Los bordes estaban en penumbras. Se sentó en una mesa y se acercó el menú a los ojos. Me dijo que era caro. Yo pedí muy poco. Ella pidió vino y se puso a beber. Después nos trajeron la comida. Medio plato cada una. Ella hablaba de sus pacientes del hospital, en Estocolmo. Las inyecciones. La presión. Yo la escuchaba. Le miraba las manos. El mantel bordado debajo de sus dedos. Las puntillas. Tenía puesta una blusita blanca cerrada hasta el cuello. Los botones muy juntos uno del otro. El pelo atado hacia arriba. Rígido. Me hablaba de un artículo que había escrito para una médica en el hospital. Y me habló de su familia, de su padre portugués. Me dijo que había sido navegante. Y que desembarcó en Suecia hacía más de cincuenta años. Allí conoció a la madre. Se casaron, tuvieron hijos. Ella nació segunda. Una vez, de chica, visitó el hielo. Viajaron a Laponia de vacaciones. Recorrieron los condados de Norrbotten y Västerbotten. Ciudades lejanas. Umea. Östersund. Yo escuchaba sus palabras. Me dijo que su madre era sami. De la región de Sáapmi. Cerca del Círculo Polar Ártico. Me hizo el dibujo de una sami sobre una servilleta. La cara de la madre. Lo dobló en dos. Todo me lo decía en inglés. A veces movía las manos para que yo pudiera entenderla. Y después bebía y cerraba los ojos por un instante. Me contó que en navidad, en Estocolmo, la gente encendía velas adentro de las casas. Y que desde su ventana podía ver las otras ventanas alrededor del patio con las luces encendidas. También me habló del bosque. Y de un jardín que ella siempre atravesaba cuando iba a trabajar. De un cementerio. Yo la escuchaba. Le pregunté si había estado enamorada alguna vez. Tardó en contestarme. Me dijo que sí. Le pregunté si yo le gustaba. Me contestó que si. Bebió un poco de vino. Hizo un silencio. Me dijo, en inglés, que se sentía muy atraída hacia mí. Very attracted. Pero que lo nuestro era imposible, por muchas razones. Ella estaba muy enferma. Debía operarse.



Mariana Docampo es Licenciada en Letras, narradora y poeta. En 2001 publicó Al borde del tapiz (cuentos) en Editorial Simurg. Su novela El molino ganó el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes este último año.
El cuadro es de Nils Jakob Olsson Blomen: Faires of the Meadow.

2 comentarios:

La fragua dijo...

Mariana leyó cuidadosamente en Fedro, fragmentos de este texto, con una voz nítida y cálida. Qué bueno es.

Anónimo dijo...

http://descierto.blogspot.com/
revista descierto