jueves, 25 de octubre de 2007

Los índigos de Alejandro Mendez


URIEL (10 AÑOS)

Elige ese rincón
abandonado
de la casa,
junto a las botellas
de lavandina,
con el abrigo gastado,

en silencio.

¿Hablando con las
botellas?

El gesto
telekinético
espanta al gato
escondido
en el armario.

La botella de
lavandina asciende
amarilla
lenta

abducida.




NUEVE



Una noche oscura y fría
aceptaba la ida.
Yo en bombacha y remera esperaba tus besos
lloraba y los abrazaba en el tiempo que quedaba
mientras la ida llegaba.
A las 7 AM ¡Me desperté!
la casa estaba silenciosa
no se veía nada, absolutamente nada
ya no estaban.

Candela a los 11 años
De Chicos índigo, Alejandro Mendez, Edit. Bajo la luna, 2007.



Chicos índigo podría venir acompañado por un CD de música electrónica, por un holograma o por un traje plateado de astronauta. En lugar de eso, Chicos índigo, el tercer libro de Alejandro Mendez, viene sólo o en mi caso con una dedicatoria: “Con todo afecto te dejo al cuidado estos índigos; a tu atento y amoroso cuidado”. Como si me entregara uno de esos sea monkeys que esparcíamos como polvo en un frasco con agua y después veíamos crecer, maravillados con esa posibilidad de la vida -¿animal? ¿vegetal?- así me llevo entre tapas amarillas a Uriel con sus poderes telekinéticos, a Lola, a Candela que espera el momento de la ida –¿de los padres? ¿de sí misma?-a Julián en su carrera de natación contra Pablo a Michelange que viaja al futuro de sus 35 años.
Mucho se ha escrito en la poesía argentina de los últimos tiempos sobre la infancia. Sin embargo este libro contiene una extraña novedad, algo que lo hace diferente, “futurible” para usar palabras del libro. Un estado de solipsismo, de aislamiento absoluto desde donde nacen las voces de cada “niño”. Cada uno de estos poemas brilla incandescentemente solo, aunque se quiera poner “estómago con estómago” o volver a vivir ese último campamento. Chicos índigo se ubica cerca del tono de Nabokov: Lolita, pero también Pálido Fuego, un tono de extraño distanciamiento como el del coleccionista de mariposas que mira extasiado cada uno de esos pares de alas que existen sólo para él debajo del nylon de su álbum.

3 comentarios:

alejandro mendez dijo...

¿Hay vida después de editar? ¿Qué pasa con el libro, una vez que abandona el perímetro de la imprenta –valga la aliteración-?
La verdad es que suceden cosas extraordinarias. Me atrevería a decir que mucho más interesantes y ricas que en el momento de la escritura. ¡Llegan las lecturas de los otros!
Y con eso viene la sorpresa, los nuevos rumbos, las reescrituras mentales, lo desconocido.
Caro, todo lo que decís me regocija porque agrega matices, completa mi trabajo inicial, y espero que eso siga sucediendo con otras lecturas, otros ojos, otros mundos.

La frutilla de la torta: que Chicos índigo, mínimamente ronde el tono de mi amado Nabokov, es un cumplido que ojalá algún día pueda merecer

Te mando un abrazo gigante,

Carolina Esses dijo...

Ale, me encantaron los poemas. Y viva Nabokov!
Besos

alejandro mendez dijo...

Viva Nabokov ! y como le decía el gran ruso a sus alumnos: "¡Acariciad los detalles. Los divinos detalles !"

Gran abrazo

Alejandro